20 de octubre de 2016

(4)

el pensamiento pasa
no sin antes dejar su melodía errante
en cada uno de los sentidos

en tu boca todo llora
cuando renunciás a tus manos

con el sonido de caras colisionando entre sí
se abren las flores
llenitas de avispas prisioneras

las pupilas giran
sus cuellos lentos entorpecen
este agüita que me quiere llevar.


Maximiliano Olivera

Pataditas al aire

el sol de enero pega
el mediodía es el veneno del viajero

camino y me detengo en un pueblito sin nombre

un racimo de niñas sedientas
amontona a unos pibes
muy cerquita mío

otra gente viene desde lejos
tras las piedritas que yo pisé
en busca de la sombra que sabe barnizar

el mundo se detiene por una pelea de perros
las niñas se alejan
los pibes se quedan para reír

vemos como se arrancan pedacitos de carne del hocico
y como estallan los bramidos
y como pululan nuevas caras

ahora el más chico tira pataditas al aire
triste y desesperadamente

está refulgiendo
está molido
está vacío

una doña emerge del tumulto
y detiene el bullicio de un baldazo
de agua enjabonada

muy pocos de los gritos
apuntan hacia adentro
de aquella rojez inmóvil

mi gargantita de cobre cae al suelo
la abulia me toma de una pata en el mejor momento:
la tierra húmeda es lo más grandioso del mundo.


Maximiliano Olivera

19 de octubre de 2016

(3)

la luna en el cabello
dificulta hallar la nieve
en el pie que gruñe

rígidos un instante:
las casas
los soles

vivimos (algo sé).


Maximiliano Olivera

14 de septiembre de 2016

Pelota

Durante una prolongada estadía en la oscuridad total uno olvida su forma, olvida quién fue, olvida sus propósitos, olvida el tiempo, pero no olvida dónde se está. Y sé que fui arrojado otra vez, como en otras oportunidades, a esta especie de cárcel hermética.

Todo se vuelve a repetir: las sensaciones van desvaneciendo progresivamente, dejándome a solas con La Voz: mi compañera temporal. Por desgracia, hay algo que no puede ser arrebatado de uno, y es esa vocecita bulliciosa. A veces quisiera estar a solas, por mucho más tiempo, sin saberme, para no sentir en mí tanta negrura. ¡Me aterra esta nada!

Ansío ver de nuevo esa luz abriéndose ante mí. ¿Cuánto tiempo más faltará? No lo sé. Yo sé que volverá.

Me pregunto cómo era mi cuerpo, y los colores y texturas que contenía. No puedo dejar de preguntármelo. Yo no puedo palparme, estoy completamente inmóvil y los espejos del pensamiento son verdaderamente inexactos, poco confiables. Sólo cabe esperar. Hay tantas cosas del mundo, además, que quiero volver a ver…

En el momento en el que me dispuse a dormir, un objeto irrumpió en mi ridícula calma, para manipularme a su antojo. ¡Cuánto le agradecí el arrancarme de ese estúpido sitio! Realmente, ya no me importaba si lo hacía para devorarme o para arrojarme a las mismas llamas del infierno. Nada podía ser peor que lo que había vivido.

Mientras era conducido por aquel objeto –que la luz, ya entregada a mí, convirtió en un par de manos– pude ver entrecortadamente el azul del cielo. Me reencontré con el aire. Pude respirar. Vi al Sol, esa poderosa gema astral, y sentí cosquillear su calor en mi pelaje y volví a reír. Y reí en todo el trayecto. Era feliz redescubriendo aquel mundo que me habían negado por mucho tiempo. Vi un montón de caras con formas que denotaban felicidad. ¿Es que vienen a presenciar y vitorear mi liberación?

No fue sino hasta el segundo lanzamiento que desee no haber salido nunca de mi celda. En el primero sentí una sensación extraña, mientras me elevaba también se elevaba el dolor, y entonces supe que llevaba entrañas en mí. Y éstas enloquecían más y más en cada golpe de aquellos dos monstruos.

Tercer lanzamiento. Un impacto preciso en el centro de mi cráneo lo apagó todo. Me desvanecí, sin más.

Cuando desperté, ahí estaba, en la recámara de la muerte, la recámara de la nada. Detesté aquellas manos sucias que me llevaron a la muerte, otra vez.

El tiempo pasó y fui olvidando cada vez un poco más. Luego La Voz volvió a mí, e hizo el silencio aún más cruel.


Maximiliano Olivera

1 de septiembre de 2016

Qué

Qué suerte que ya no me pertenece el habla ni yo le pertenezco más a él, ya no podrá adueñarse de mí en cada ausencia de razón ni en cada inconcluso roce de piel.

Qué suerte que olvidé cómo se respiraba, porque la fauna abisal es tan maravillosa e intensa.

Qué suerte que ya no miro, porque ya no queda nada por ver, salvo aquella niebla que se interpone entre mis ojos y las creaciones de las que alguna vez fui fermento.

Qué extrañas las cosas que me obligan a cooperar con la nausea que provoca escribirlo todo en mi mente, una y otra vez, antes de soltarlo en voz alta.


Maximiliano Olivera

Amanece

Amanece cuando cae de mi boca aquel duende que enciende el día.
Amanece cuando los perros se elevan al cielo con tan sólo el batir de sus colas polvorientas.
Amanece cuando el tren llega a la estación trayendo a los vendedores ambulantes que llevan en ellos todo el vaporcito de un pan casero.
Amanece si es que el cana no me escupe al pasar por su lado ni le desea un buen día a mi culo inquieto.
Amanece cuando el rocío termina de baldear los pisos y pulir los árboles y los anteojos de la gente.
Amanece justo cuando el vapor de un mate te hace bostezar hasta la sonrisa.


Maximiliano Olivera

2 de agosto de 2016

División terrestre

Loco, no te apurés, que la eternidad fácilmente se diluye con el sudor. Tu espíritu ya no camina a tu lado, ¿no es así? Bueno, ¡que eso no importa! Guardá un pajarito negro en una caja de fósforos y llevá siempre un alfajor en el bolsillo. Apagá la televisión, dejá de ver ya a esos militares tontos que recorren las calles en busca del río robado. ¡Buscate!

Ya no importa que te duermas en otros ojos. Tomá un hilo del silencio e intentá transformarlo en puente. Que te sirva para nunca soltarte del aire y la tierra que amás.

Ya no importa que te tragues el tiempo con una sonrisa, pensando en todas las canciones que se desangran esperándote en cualquier garganta idiota. Construí con palabras. Buscá aquella rima que es tuya. Lo demás es piedra dormida al sol.

Escribí porque la vida arde y no basta con sentirla en nuestra piel morir.
Escribí con repugnancia al olor chamuscado de las cosas.
Escribí porque uno debe rehusarse a ser sólo una llamita extinguiéndose.

Escribí porque el universo no debe desaparecer
y porque sólo nuestras palabras pueden perpetuarlo.

Escribí porque la memoria no deja ceniza alguna
y porque la palabra es agua.


Maximiliano Olivera

23 de julio de 2016

(2)

a dónde
a la muerte
a lo lejos
a morir
a repeler
a vivir
abierto

abran
ábranlo

acá
acaba
aceptando

acurrucado
adorno que
agitará
ahora
al
alejarse

amanece

amar
amarrar
amor
andando

animales

apartar
aquello
arruina
ascender

así es
así sé
atrás

atravesando
ausencia
automática

bajando
bosque
bravo de
brillantes
brotes

buscando
cae

caer

campana
canto
caramelo
ciego

ciego
ciego
cielo

cierto
círculos
color
colores
columnas

cómo ayer
cómo él
cómo la
cómo mucho
cómo sé
con las
con lo
con lo qué
con sus
creaciones
crujientes

cuándo
cuando vuelva él

cumbres
de
de allí
de cada
de Dios
de la lluvia
de la oscuridad
de las casas
de lo
de los qué
de muerte
de sol

decir
del cielo
del mundo
delimita
demasiado

demasiado

derruido
desintegrado
despertar

despierto en
destello

destruir
detiene
días

dibujos
difuntos
diluidos en
docena de
domingos

echa
eco de
él
el baile
el camino
el cielo
el latido
el mundo
el oído
el pensamiento
el rostro
el sonido
el tejido
el tiempo

ellos
en él
en espiral
en flor
en la laguna
en las
en los
en mí
en mi nuca
en norte
en sur
en sus
energías

escribo
esperando
eternidades

existencia
extraviada
eyacula
fácil

faro de
figuras
finales

fisuras
flores

formas de
fronteras

fuego 
guardado
habla
hacia adentro

he pasado
horas sin
horizonte

húmeda
imagen
interior
iridiscente 

irnos
juntos

la caída
la cruz
la danza
la lucha
la miseria
la noche
la palabra
la sed
la víscera
la visión

lágrimas
largas de
las manos
las ondas
las ramas
las sombras

llegar
llevar
llorar

llueve

lo caminado
lo escrito
lo insípido que es
lo muy
lo pasado
lo que sé
lo soltado
los hilos
los puntos

luego
madera
mancha-
manos

mantener el
mañana
me deja
me despierta
me hunde
mi corazón-
mirada

mis ideas
mueren

muros
muy
niños

no

no
no es
no hay
no lo sé
no tener qué

noche
nosotros
nota
nube

nuestra
ñata
observa

ocurre 
otra
palabra

para él
para mí
para pedir

pendientes
pensamientos
pequeños

persistir en la
piel

por siempre

preñar
primera
prisión

protestar:
punto de quiebre

quedarse
querer

rayo
replicando al
río

ritmo
roto

ruido-
sabor

se abre
se cruza
se cuela
se rompe
se sostiene
se va

segundos-
selva

ser-
signo

sigo
siluetas
sin
sol

sólo
sombras
somos

soy
su
tarde

te espero
todavía

todo ésto
todo quedó

todo
trazo
umbilical

unísono

viejos
venenos en el
vértice del
vientre

vine a
visitar su
voz
y dice:
ya no
ya no está
zorzal.


Maximiliano Olivera

7 de julio de 2016

(1)

en el centro
en los ciclos
ahí soy
el limo

entre sílabas
y lágrimas

decía.


Maximiliano Olivera

6 de julio de 2016

Calles

Las idas y vueltas del día desordenan todo en mi cabeza, que hasta veo deambular por detrás de mis ojos muchos recuerdos confusos, más inciertos que yo.

Mi memoria es una morgue atiborrada y es un hospital de soldaditos de plástico y es una escuela incendiándose. Es una serpiente maldita que siempre está mudando de piel y yéndose de la ciudad en la que yo me encuentre. Siempre negándome el oído, la mirada y su delicioso veneno.

La memoria es también un reloj al que recurro cuando nadie está hablándome.

Hoy me encuentro en un cuarto atrapado en una calle de baches milenarios y árboles sedientos, en una ciudad eternamente dormida, de gente tibia. Recién llegado de una caminata trivial. Preguntándome por qué soy presa de esas calles por las que no anduve siquiera una vez solo. Y es extraño. Andarlas solo es de verdad extraño. No puedo salir de éstas sin sentir cuánto me han cambiado la vida aquellas manos invisibles que me arrebataron a esos seres queridos que solían acompañarme.

No es por nostalgia ni torpeza ni casualidad que vuelvo a recorrer esos caminos. Algo en el aire me llama y el cuerpo sin preguntarme me lleva. Y no puedo evitar que en mi mente se repitan las caras inexpresivas de esa gentecita que un tiempo atrás transitó esta urbe, enferma de un odio patotero y barato –el odio autentico reside en sus dioses–, incluso a veces pareciera que viven en un eterno estado de alerta, miedo y asco. Se puede apreciar a simple vista en sus pasos, en su manera despreocupada de mirar y murmurar, aunque cuando se encuentran solos, por lo general, no se escucha otra cosa más que el sonido de los autos, trenes y bondis, como si aquella chatarra vehicular tuviese el alma que les falta a estos hombres y mujeres.

No hay mejor cura para una realidad engorrosa que catapultándola de uno a través de la escritura. ¿Será esa la razón primordial por la que escribo o por la que se escribe? Tan solo espero no estar exhalándole helio a una de mis grandes pasiones.

La oscuridad sucumbe, dejándome solo con la mañana, que me espía con su garúa finita desde mi ventana entreabierta. La garúa es sólo una, pienso, cada gotita es para ella lo que para nosotros es una célula de nuestros cuerpos. ¡Carajo! Animal aterrador.

Maximiliano Olivera

26 de junio de 2016

Piba/Pibe

Responder a las miradas que odiás con guiños y risas es tu manera perfecta de impedir que lleguen esos puñales a tu carne. Sin embargo, la gente estúpida te duele, muy en el fondo. Pero más te choca que tu lengua esté sin esas vueltas que la espuma de un alcohol le da. Siempre estás apurada y nunca tenés en claro hacia dónde vas. Una vez, mirándonos, preguntaste: “¿Hay que ir a algún lado?”. Y te reías como una loca, con todos esos dientes aún más locos que vos. Y no dejo de pensar que sería de mi vida sin esa luz que tan furtivamente metiste en mí, y aunque en aquel momento no era capaz de verla por mí mismo, hoy, estando a un año luz de aquellas calles que andábamos, puedo hasta incluso palparla, y eso me basta para poder sonreír. 

Maximiliano Olivera

No decir el mal

Pensarlo para disolver viva la duda. Dar mil vueltas a la manzana hasta que ya no queden fuerzas para maldecir. Transmitir lo que se siente a través de un golpe seco a la pared, y así cambiar de lugar todas las telarañas y grietas, y obligue a las arañas a buscar nuevas manchas de humedad donde vivir.

Quiero que la casa arda como el vino en mi estómago, y que todo lo mío se queme y se olvide, desde mi embustero poeta interno hasta el niño que alguna vez fui. Comenzaré encendiendo una fogata en mi cabeza, que no deja de gruñir al oír reír a la gente.

Hay una fiesta al otro lado de la pared. Me pregunto, ¿habrá algún jodido humano que no esté libre de aquel cosquilleo que nos impulsa a buscar un ombligo en la noche? Bueno, acá estoy, quejándome desde la pluma, mientras por momentos trato de encontrar al mío en cualquier oscuridad que inventa mi mente. ¿Hace cuanto le he perdido el rastro?

Miro el techo. Por primera vez puedo escuchar a las sombras andar, y también hay otros sonidos, se asemejan a botellas chocando contra un montón de dientes. Tal vez si abro la boca vendrán por mí, y no quiero. Cierro los ojos y pienso en todos los campos de girasoles del mundo, imaginándolos uno tras del otro, y no hay nadie ahí, salvo una brisa que lleva un perfume que fecunda la tierra.

Golpean la puerta. Apago las luces. No respiro. No pienso. No miro. Vuelven a golpear. Contengo la respiración. Tercer golpe. Cuarto. Me levanto de mi cama y voy directo al baño como una rata herida. Toc, toc. Vomita todo mi ser. Cuento los arroces que rechacé. Juego con mis dedos con aquella baba graciosa que Dios puso en mí, y que ahora flota en el agua del inodoro. No, no hay rastros en mi panza de aquella cicatriz tan deseada. Al carajo con eso, ya no oigo que toquen. Perfecto. Volveré a la cama, al dormicidio. Mañana ya no estaré.

Maximiliano Olivera

31 de mayo de 2016

Invierno 1972

Nro. 1

Una abeja es una gallina a la que se le han caído sus plumas y el pico. Un tomate es el caracú de una sandía. Aquella vaca sedienta es la hija de este pensamiento de mil años que viene y va en mí, buscando un río que no existe en ningún mapa.

Mis manos no mienten, el invierno llegó a la ciudad. En mi lengua, cientos de edificios en llamas. No veo más que arder la ropa de esa gentecita de ceniza.

Un duende me conduce hacia sueños donde soy la cena de unos gatos de porcelana, y donde los perros son de lata, y la lluvia siempre cae y ellos están ahí, oxidándose en perpetuo silencio. Yo los veo y me entristece no ser uno de ellos.

Una migraña es el llanto de mis adentros. La sangre de una naranja es el esperma de un pececito de colores. Los perfumes que encuentro en las tundras que hay bajo mis uñas no me pertenecen, sólo el Sol es dueño de todo lo que voy reuniendo en mí a medida que vivo y muero. La mantis me piensa más y mejor de lo que yo a ella, cuando me acerco curioso a contemplar su belleza. 

Ésto es el mar: una púa que besa sin pasión a un vinilo de tangos del siglo pasado.

Una mosca ni se inmutó al verme correr cuando sentí los aviones llegar, trayendo las bombas que arrasarían la ciudad. Hay algo en el mundo que quiere que pierda la prisa, pero es más fuerte la ansiedad de no morir como un niño.

Una paloma es un cable que cruza los océanos. La arena de esta orilla es la risa de todas las madres que se han ido y todo el cielo es un arlequín que escupe óxido desde un tajo en una de sus mejillas, tambaleándose en busca de su querida doña Muerte.

Panes que di, hijos que vi nacer, abuelos que me completaron el ser, sopas calientes que fueron buen abrigo, golpizas que sirvieron de lecciones, amistades que erigí, manteles que vi aparecer y desaparecer en reuniones de amigos, mujeres que trastocaron mi mente, libros que fueron diamantes entre mis dedos. Todos ellos en mi memoria, siempre.


Nro. 2

¿Hace cuantos siglos no encontrás la nieve, Vladimir? ¿Qué clase de viejo de mierda podría llevársela en su maletín hacia otro país? A tu alrededor no veo ninguna de las estatuas que tus ancestros nos dejaron para conocerte mejor. Me decís que la nave ha partido, llevándose a todas las niñas más dulces de la aldea, violadas hace tiempo por una duda chata y mezquina. ¿Realmente vale la pena vivir en un mundo macho y marchito? Te desnudás ante el ojo de una luna a la que le avergüenza su propia desnudez.
Bebe de mi leche, criatura. Bebe hasta que olvides tu pena, humano tonto. Contame de todas tus muertes, de todas esas caras sin pieles, quemadas en un segundo de aquello que llamas infierno. En ese instante donde la ceniza y el polvo de los rincones se eleva hacia el cielo para darle inviernos a tus pies.
Joven, tu sonrisa es siempre la de dos hombres que jamás se tocan, por eso nunca creí en ella, ni en vos. ¡Escupí ya el engrudo de las palabras que no vale la pena decir!
Yo pregunto y pregunto, y siempre te ocultás en el silencio de tu ushanka, idiota.


Nro. 3

Hola, ¿siempre tan triste vas por la vida? ¡Ey! ¡Hola, extraña! ¡Que no, no estoy enfermo! ¡Enfermo, enfermo, enfermo! ¿No conocés más palabras que esa? ¿Qué? ¿La única cura para ésto es el suicid…? ¡NO! ¡DETENTE! ¡No repitas más esa palabra, por favor! ¡Y no me silbes así! ¡Tan cerca mío, no! ¡SUICIDIO, SUICIDIO, SUICIDIO! ¡Idiota! ¡NO NO NO! En serio... que me hiere mucho, y más así de cerca. Entonces, ¿era tu mano la que tomó a la mía en la oscuridad? ¿Y por qué estabas ahí? ¿O era tu perro y no el mío al que pateamos aquella noche? ¡IDIOTA! ¡No puede ser posible que vos seas yo! Es completamente absurdo. ¿Y yo, vos? Absurdo. Absurdo. Sí, sí. Imposible. Y no lo olvides. Ey. Ey. Ey, tranquila… no llores. No… basta, que me vas a hacer llorar a mí. Yo sé que es difícil olvidar, pero debemos guardar el secreto. Sí. ¡Ja! ¡Vamos! Aquello que cargás en tu joroba se llama “pesimismo”. ¡PE! ¡PE! ¡PESIMISMO! ¿Eh? ¿Que por qué escondo siempre mi cara cuando vos tocás tu vulva, así como rallando una piedra contra el piso? ¿Y qué si arranco la sombra en mí, eh? ¡Harto de morir en cada puesta de Sol! “Tuya en adióses perennes”, decís. Y yo no quiero tener que buscarte nunca más en el espejo, así como te busqué la otra noche, asustado, sin saber si volvería a verte. Y… ey, mirame. ¿Estás herida? Estás herida. Dormí si querés, pero respirá. Quedate conmigo. Dormí conmigo. Respirá. Res-pi-rá. Res…

29/5/16



Maximiliano Olivera

26 de mayo de 2016

Fe en extraños

Traeme la música que siempre fuiste. Salvame, que la guitarra sólo me habla en su lengua de árbol y ya no produce aquellos sonidos que me hacían tanto bien. Salvame, que por las calles corren vientos nuevos de caras que no se animan a hablarse, y en las plazas los niños ya no se cuentan entre ellos historias de mundos que imaginan. La ciudad está teñida de un rojo óxido que aterra a toda criatura de ternuras puras. En mis pupilas: un montón de hormigón para unas pocas almas oprimidas por una hábil mano de barro y cenizas. 
Nadie bebe, nadie juega, nadie puede acercarse al Sol. Si tu cabeza decidiera volver hacia atrás, comprenderás que todo ha sido removido y reemplazado por montañas de cadáveres fusilados por los sarampiones. ¿Y quién te devolverá el tiempo que te tomó poder erigir aquel humano que veían en vos?
Ésta es la manga de mi camisa, yo me aferraré a la tuya. No olvides jamás el color de las que nos regalamos en aquellos sueños desde el vientre del sol. Hoy nos vemos alejar, mujer. No voy a desistir. Abro los ojos. Te busco en el fuego y en la asfixia, en la cerveza que hincha mi cabeza y emborracha mis demonios, en la cara de una anciana a la que aún el parkinson no le robó los hermosos acordes menores de sus manos blancas y huesudas. Y trato de entender este dolor en mí, ¿en qué se transformó la tinta de mis dedos?
Alrededor de los límites de mi ceguera se extiende el blanco lienzo de los días por llegar. Ni un espejo tuyo ahí. A través de tus ojos de asfixia veo un cielo inmensamente azul, no tan bello como los recuerdos que aún la vida y los años me permiten conservar: mediodías de pasto y mates adormecido entre tus piernas.
Tanta prisa afloja hasta mis dientes, y ahí voy, perdiéndolos a medida que corro hacia vos. Y también los huesos y sus olores, mis ojos y las miradas que encadené en ellos, mis uñas, la sal de mi carne, las tristezas del alma, mi nombre. Mi nombre y no el tuyo.
No lo olvido: todo alguna vez ya fue mencionado: el miedo, el ojo faltante del sol y el hambre que pudre las bocas.
Sé que es un día hermoso y que a pesar de todo, el sol silba. No quiero oír ninguna otra cosa más en lo que dure esta siesta.


Maximiliano Olivera

25 de mayo de 2016

Pronto será lo suficientemente frío

Ella era un rayo de luna y los astros lo sabían mejor que todos nosotros, aunque ellos eran dioses y no niños que intercambian secretos por cigarros y caramelos en una prisión sin patios ni juegos. Sin más remedio tuvimos que contárselo a todo aquel que nos permitiera bebernos el peso de un rayito desnudo en ese delicioso río donde defecan los seres que habitan la cabeza desordenada de un adulto defectuoso. Y, ¿valió la pena aquel embrollo por un poco de orgasmo encefálico y una nariz colorada de tanto alcohol barato? Ay, si todo se olvida a la mañana siguiente. Si la boca se vuelve a secar y todos los músculos vuelven a tierra a reordenarse con el ser, para tocar fibra por fibra la fabulosa sinfonía universal del dolor… ¡para todos los hombres que llevamos presentes! Y me pregunto cuál de todas esas voces que llevo adentro será la que venga a reemplazarme cuando finalmente me harte de tener que escucharlas. Oh, ¿quién será el que me quite de lo que creo "mi vida"? ¡Por el resto de toda esta insignificante existencia! Siempre flotando y deshecho, con un montón de sonidos de lata en el pecho. Divagando. Y ella.... ella era un rayo muy bonito y nosotros el ínfimo hilo de baba de un perro ciego. ¿Valió? ¿Es por esto que se mata y se muere en este mundo? Un disparo de esperma en la oscuridad de una habitación fría y ajena. Y la gente no se detiene casi nunca. Se arrancan su propia cabeza y se arrodillan ante ella, rezándose. Rezándonos, nos dicen. Y nada podemos hacer por ellos. Pero queda algo por hacer por ella, bonita niña-luna, que tan triste se ve. Llamaremos a su abuela para que vuelva con el viento, trayendo con ella semillas de amapolas, y pueda así esparcirlas sobre su rostro blanco. Y realmente no nos interesa saber por cuantas eternidades más debamos quedarnos acá sentados, si es que podemos vernos crecer.

21/5/16


Maximiliano Olivera

30 de marzo de 2016

Hendijas

Me gusta el azul cuando da sombra,
cuando camino las miles de formas
que los fantasmas han puesto bajo mis pies.

La clepsidra me dice: "nada en la mente estorba;
conoces los caminos porque ellos te nombran".
Mis nuevas voces amigas se echan a correr.

El río de la montaña es una herida que repta
de condor en condor, de grieta en grieta.
Se divierte al observarnos divagar.

Las gotas se endurecen, vienen y van.
Si juntas son el vino y separadas son el mar,
todas las almas llevan su perfume a sal.

23/9/14

Maximiliano Olivera

Mi prisión del espacio que me sostiene

La última vez que había visto llover fui tan feliz, que no me importó cargar en la sangre hambre, miedo, frío, y no recuerdo qué otra calamidad más, pero, realmente disfruté ver como se diluía mi congoja con el agua que caía. Yo estaba solo, muy solo. Humanamente solo. Y mi casa es pequeña, apenas cabemos mis fantasmas y yo, entre muebles tristes, pero, el punto es que así la pensé, es una manera de ponerle límites a la propia soledad. Astuto de mi parte, o no. Entonces, digamos... quince metros cuadrados de soledad.
Esta noche de lluvia trato de distraerme, para no pensar en todo lo malo que también puede arrastrar una tormenta. Escribiendo, por ejemplo. Escribir me salva de mí mismo, y también, implícitamente, salva a muchas criaturas... claro, de mí.
La poesía está en todas partes, mi casa está repleta de ella: en cada una de las arañas o moscas, en los platos sucios, en el vapor de un mate recién hecho, en el gato, en su mierda. También suele estar en lo que hacemos y cómo. Pienso que atrapar un buen poema es como atrapar con tus manos una gota de té caliente que cae por accidente de la cuchara. A mí ya no me sale con estilo, y ni siquiera lo he vuelto a intentar. Llevo las manos marcadas con quemaduras por culpa de un pedazo de calma que no me asegura ni un buen sueño o un buen polvo.
Sea como fuere, caía la lluvia, caía y era tan bella. Mientras tanto, en la televisión había gente local muriéndose en el agua dulce, también había leones hambrientos en África y gente escapando de esta vida por la peste y la guerra. Lo mismo de siempre. Aunque por primera vez Scooby-Doo me resultó complicadamente aburrido. Preferí quedarme en silencio, disparando hacia el cielorraso bocanadas de humo mío, fumándome las venas de mi brazo inquieto, imaginando con los ojos cerrados las luces de cientos de edificios mudos y marchitos. Son parte del cielo que conozco. Por esto aprieto las muelas muy a menudo. Mis párpados empiezan a pesarme y ya no oigo las gotas caer. Comienzo a extrañar las largas caminatas bajo la Luna, el rocío cubriéndome como a algo inerte y sin importancia, mi mirada nauseabunda rodeando a cada alma perdida en esta ciudad. Ojala tuviera palabras para decirles, pero no. Ni siquiera me escucharían. Solo tengo unas que guardo para mí, para cuando la vida me empuje a ser uno de ellos: esto no es ningún puto laberinto.

10/9/15

Maximiliano Olivera