27 de septiembre de 2013

Soma

¿Esta es la sangre por la cual lloraste y dormiste cubierto completamente de chispas, resistiendo los minutos a toda costa, sin pensar en la extraña suerte que tenés o en aquella fría dama que estuvo vistiendo de seda tus dientes? Fue una corta melodía que parió a una madre que terminaría siendo un hermano.

Maximiliano Olivera

26 de septiembre de 2013

Solemnidad, gravedad

Ayer nos despedimos muy tristemente. Te escribo a unas cuantas horas de distancia de esa escena. Todavía siento en mí ese abrazo que nos dimos, porque pienso en vos y se me viene a la mente la manera en que se dio, la fuerza que aplicaron los brazos,  mis ojos cerrados o entreabiertos (como la puerta que segundos después me regaló un ruido en la cabeza... mi cabeza con un cielo lleno de fuegos artificiales que me asustaban), mi cuerpo inmóvil frente a una ciudad de luces y cenizas.
Me desperté triste, con sed, sin haber dormido bien. Te escribo un domingo a las 6:47. Me anima saber que llegué a este día para escribirte esta carta que no es mas que un soplo lleno de amor que te envío, para que me perdones por a veces no saber que decir, por no querer hablar de más (¿lo justo siempre es poco?), por prolongar mas de lo debido ese momento en que uno piensa lo que va a decir, por no haber aprendido de mí.

Maximiliano Olivera

A caminar caminar caminar

Estalactitas en su nariz. Porque el invierno es así de cruel a veces, viene para romper todas las copas que hay en la garganta. Copas vacías, por supuesto. El alcohol bueno se acabó un día, entre charlas sumisas, entre ruedas y estómagos endebles. Ahora alguien de entre el montón de voces caerá hasta a ella con su licor barato, y le dice: "te lavará la sien". ¿Es porque tan sucia está mi mente?, se pregunta ella, sin entender. Se siente sola. Entonces bebe hasta que el mundo se vuelve un rincón en el que no quisiera estar, pero está, y se sienta ahí, quietita, en silencio. Juntando todos los cristales rotos de su garganta, para después regalárselos al Sol.

*

Manchas sobre el mantel que parecen ciudades que ya no aparecen en los mapas, pero, sin embargo, las conozco mejor que la mía. Ciudades muertas de hambre que fueron la enfermedad de los duendes. ¿Llegaremos a sentir algo nuevo, acá, bajo la mirada de pájaros hechos de globos, lamiéndole las tetas a un sentimiento tan insípido como lo es el odio?

**

Ruido de enjambres que simulan ser imanes que rechazan nuestros cuerpos. Alejándonos de la prisa, con prisa. Debés bordar delicadamente mis dientes secos, antes de que despierten y se astillen del terror. Los arranqué de mis brazos. Los arranqué para vos. Dame una de tus resistentes venas para atar a todos los caballos que he traído hasta acá. Una es suficiente. Ellos no saben tirar, al igual que nuestras sonrisas, que ni siquiera saben por qué llorar.

***

Con el cielo en la punta de la nariz. Nadie me ve cuando despierto y me levanto de mis ropas, en la mañana más sórdida, para vestir a cada uno de los niños calcinados que no logran resistir las llamas de mis sueños. Comienzo a derramarme sobre la mesa donde un nuevo diente crece, para masticar cada taza de café que rechacen mis manos.
Es mejor sentarse a ver como se arrastran las grandes ciudades, o como son arrastradas. ¿Destrozando el acelerador, tal vez? ¿Destrozando fechas moribundas que ya son casi polvo? Es muy fácil ser esa clase de persona que se relaja dentro de su suerte y no reconoce nada más que su propia voz, que vende estados de ánimo a los bastardos. Siempre dentro de su suerte. Suerte. Uno se ríe, a veces, de la propia vergüenza. Languidez que estalla. Letras demasiado ocupadas para entender por qué nos llueve la mente y nos gotea sobre los pies helados. Medias rotas que nos trasladan hacia esa ventana donde lo vemos todo de nosotros mismos. Todo. Aun sigo envuelto en las caras sonrojadas de ayer, pintadas con alcohol y golpes que el amor a veces nos da. Ninguna de ellas dice algo sobre mis párpados tristes. Caballerosas deidades que se aproximan a mí para amar a este calor sofocante que hoy muerde mi cuello. Éste silencio en la habitación presagia un día lleno de puertas rechinantes. La única luz del día está dentro de mi cabeza, mis neuronas saben cómo hacés el amor.

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Pulgar, me darás tu suelo para hacerme rodar en él.
Lamiendo el anzuelo donde pronto seré un animal muerto.
Nadie entiende nada, y solo dicen:
"¿por qué todos querrían romper tu corazón?".
Bueno, acercate y sabrás bien porqué.

Maximiliano Olivera

17 de septiembre de 2013

Calma

Mueble al costado de la boca de otra habitación
que se aleja de nuestros poemas de amores malditos.
Nos encontraremos en los túneles que cavamos hace siglos.
Túneles en los ojos para huir de esto que llamamos ceguera.
Días y noches, preguntándonos: "¿quién y dónde?"
Sabemos cuánto oro y ceniza tendremos que llevar hasta nuestras muertes.
Sabemos que seremos esto y aquello, cuando se vuelva pequeño el corazón
y se asfixie la caricia que busca salvación en rostros distantes.
No olvidar el fuego. Siempre hay un fuego dando vueltas por ahí.
Girando sobre nuestras almohadas, esperándonos al final del sueño.
Madrugadas enteras que fueron traídas por manos encantadoras,
dulces y aterciopeladas, que tal vez vengan a cambiar nuestros días.
Enarbolar cada uno de nuestros dedos por encima del cielo.
Allá en lo alto, no habrá nada más que dos estrellas y un montón de calma.
Calma.

Maximiliano Olivera

¿Acaso robarías mi canción?

Durmiendo siempre. Llorando en todos los sueños que a veces se dan. Lágrimas que llenan a una garganta en la que suelo navegar, es mi balsa, porque yo solo no se nadar. Se va llenando hasta no poder más. Preferiría hundirme en el aire, cayendo como un ave o un deseo cualquiera. Despertando tarde todo el tiempo. La boca arde y tiene el sabor de una moneda. Aún puedo sentir muchas manos ensunciándola.

Maximiliano Olivera

La gran implosión

La tinta flaca que es mi corazón se despereza, naciendo todo el tiempo, como la arena de la que está hecha una mano infinita, de dedos que van por la vida corriendo de un lugar a otro, sin descanso. Sin descanso. Así, como ésta mentira de domingos que hundimos en nuestras muelas para no oírnos a nosotros mismos. Ahora, ya diseminada en nuestra sangre, nos abre senderos que nunca habíamos visto.
La tinta flaca que es mi corazón se recuesta sobre el pasto más verde y lejano, para llorarle a un cielo de luces que hace tiempo han muerto. Solitaria. Taciturna. Es una mancha de luz en la nuca de una sombra. Una partecita de mí que huye dentro de cada llamarada que el silencio escupe como si fuera un Sol. Un Sol que lo es todo en mi mundo.

Maximiliano Olivera

Una gran división entre la risa y el arte del olvido

Fin, fin, fin. Nací producto del celo de dos puntos grises que se unieron para ser otro color. Todo comenzó con unos besos ligeros, porque no hay que dejar de respirar; unas dulces palabras para sustraer enteramente la belleza, que tiende a escapar. Luego unos barrancos más abajo, ya dentro del cristal, el amor arrancó todos los cables que los demás sentimientos a la fuerza metieron en su boca, y se liberó de toda esa basura rosada, secular e impronunciable. Pateó todos los castillos, bosques y montañas que se le cruzaron, y siguió su camino hasta llegar al mar, y sin saber nadar, continuó, donde hizo exactamente lo mismo que en tierra, hasta que el aire se le agotó. Todo lo que quedó atrás sirvió para erigir esta pirámide que ves, que soy. De esas ruinas, muertes y fuego, viene mi sabiduría; del montón de polvo y cenizas, mi voz. Me alivia ser ese resultado que ni siquiera Dios pensó.

*

Mierda, mierda, mierda. Tornado, no me dejés afuera de mi propio sueño. Donde estoy ahora hace tanto frió y calor, y yo no se nunca bajo qué piedras esperar, algunas suspiran y puedo oírlas preparándose para copular. Por favor, aunque sea abrí una ventana, que quiero saber por qué todo muere en tu interior.

**

Gris, gris, gris. El perrito hizo un pozo con sus patas, al que pronto tapó no sin antes esconder celosamente su mensaje a los dioses: "maestro, quisiera no ser más así, tan liquido, tan fractal."

***

Hogar, hogar, hogar. Padre, se que hace meses que no me veías y te pido perdón si te llegué a preocupar, pero, tenés que saber que mientras estuve recorriendo este bello país la pasé muy bien, yendo de un pueblo a otro, conociendo gente muy colorida, paisajes de ensueño, viendo animales que nunca había visto. Y todo el tiempo estabas en mi mente, ¿sabés? Anclado en el medio de un cerro o sobre una barca, sorprendido de la inmensidad, la que nunca los edificios y la neurosis te permitieron una sola probada. Vine para decirte, entre otras cosas, cuanto lo siento. Antes de emprender el viaje hice algunas cosas de las cuales me avergüenzo. Seguro no lo notaste, pero, mientras dormías una de tus siestas, robé tu lengua, la cual me sirvió después para alimentar a un perro que tenía tu misma mirada. Bueno, pensaba que tal vez no la necesitarías más, ya que nunca decías nada. Ahora aligeré un poco tu cuerpo, tu almita te lo va a agradecer más tarde.
También vendí tu pulmón más sano a un joven saxofonista, y tampoco pienso que esto te genere algún mal. Vamos, papá, en tu estado, un par de pulmones vendrían a ser casi como jugar un partido de fútbol con dos arqueros en tu equipo, ya que tu cuerpo con el tiempo se va haciendo, como te lo prometí, más liviano, pero nunca frágil, nunca. Cada vez menos órganos que oxigenar. Aligeré aún más tu cuerpo, tu almita hoy podrá mostrar contenta todos sus dientes.
Además de todo esto que te cuento, hice algo que creerías bueno. Como sé que nunca conociste el mar y te morías por conocerlo, corté con mucho cuidado tus manos y me las llevé. Apenas estuve cerca del océano, me acerqué y acaricié el agua con ellas. ¿Estás un poquito mejor ahora?

Maximiliano Olivera