23 de abril de 2014

El fondo del océano

Bienvenido al rayo, soñador.
Bienvenido a tu descanso eterno, final.
Bienvenido al parpadeo que te abrirá
la puerta a todos los jardines.

Mi sueño es como una habitación de títeres polvorientos en perpetua quietud.
Mi corazón, un cebo errático.
Mi pecho no me responde. Alguien olvidó sus manos ahí dentro.
Las mías están muertas.
Quizás eran todo lo que tenía, cuando aún tenía la edad para depender de ellas.
Bueno, ahora el mundo no está hecho para ser un pequeño trapo
con una sonrisa desteñida, apenas visible, y un par de ojos sin dirección.
(Que no paran de preguntar cuando me detendré...)

Soy aire que se niega y huye de pulmones,
porque me los han negado al nacer.
"Dos buenas razones para permanecer despiertos
bajo la lluvia despiadada que es el silencio."
Ningún silencio se sienta a esperar
que los días se abran con soles dispersos
para soplar toda alma empapada en Luna.

Nosotros ahora.
Nosotros después.

Quiero irme de acá,
para olvidar la luz que duele porque existe.
Porque duele más quedarse quieto y no desempañar de tristeza
la cajita de cristal en la que nos encerraron desde hace siglos,
donde el viento jamás te mece o nombra, Sol.

Mi sueño es como una sed que me circunde desde que comencé a andar.
Mi madre dice que el otoño volvió para devolverle su color gris a la ciudad.
Me conformaré con tan sólo ver girar sobre remolinos
este grito, mi verdad: ninguna piedra podrá calar un alma inquieta.
(El buche atiborrado de piedad)
Si mis manos rotas hablasen, pedirían más Sol.
Si sólo mis manos bastasen, detendría el péndulo del mediodía
para quedarme dormido en su luz.

Los párpados se caen, pero, antes de que todo se apague,
ellos nos indican de que sueños nunca debemos beber.

Maximiliano Olivera