9 de diciembre de 2013

Inundación

- Inundación I

Mitad. Saborear nuestra propia boca, ¿alguna muela abuela te dijo que hacer hoy? La podredumbre conoce todas las formas del dolor y la mentira. Se acerca. Cae en el ojo seco del diluvio ya muerto. Alegría de poder palpar los dientes finalmente desenredados. Alrededor de la mugre solo quedan siluetas enfermas que el diluvio liberó de su bolso al morir. Si supiera de que manos bebés esos nombres que llenan tu corazón de narices ñatas, podría ser capaz de traerte una bufanda que desacelere tu sangre y haga de tu frío una risa que borre todo mal. Explosiones. Abrir todo lo nuestro. Todas las nueces, ventanas, agendas, monedas y pianos, para pintarnos el alma con la tinta que guardan en la médula. Una vez que logremos camuflarlo todo, sentémonos a ver como se nos enfría la cena. Sobre la mesa todos nuestros deseos, para que sean oídos.

- Inundación  II

Darse cuenta a tiempo de que cuerdas uno debe tirar, para ahorcar al cordero que sabe hablar.

Cuando se ríe ella sin saberlo deja ver un fragmento de su alma, y eso a uno lo hace pensar, si contárselo o no, porque podría ser esa su razón en este lugar, ¿y para que entorpecer tan hermosa melodía?

Sueña que todos sus sueños se merman hasta que en sus manos solo queda el esqueleto de lo que alguna vez fue ella despierta.

- Inundación  III

Vine a este mundo para beber de los cielos tejidos por fantasmas a los que el polvo y las arañas ya no quieren tocar. Fantasmas que han sido olvidados en los cajones de los cubiertos, ahí, en la cocina, junto al silbido de la pava y los vapores que despiden nuestros cuerpos cuando oímos hablar de ellos, o nosotros. En el fondo tememos eso, reencontrarnos con los cuerpos que hemos enterrado en cada olvido, ahí, donde gobiernan los duendes. Bueno, cada ser que hemos conocido, e incluso aquellos que no, le pertenece a estos y a todos sus hijos, los gatos. Ahí.

- Inundación  IV

¿A nadie se le ocurrió buscar ese acorde perdido en los malheridos inviernos que hay en tu lengua, bosque? Si no te ofende, soltaré algunas de mis cuerdas carroñeras para que puedan comer y beber de tus amigos. Me sorprende tanto que tu silencio no venga a cebarnos mate. No tapes con zorzales al Sol (tu rostro verdadero). No enciendas más primaveras, que ninguna viene para enterrar a los cadáveres de las estaciones frías pasadas. A lo lejos, pilas de minutos masacrados, pilas y pilas, fertilizando el suelo negro de los relojes. Vos siempre hablas de tus amores, viejos y rotos, distantes y malditos, de que la Muerte alguna vez te lloró, de los astros que aún de tu corazón no se han ido, de las arañas que te quieren llevar a Marte, de muchos bebés sonrientes que caen junto con tus lluvias.

Maximiliano Olivera