9 de julio de 2013

Lobos

26 de diciembre de 1993

    Querido diario:
    Hoy conocí una laguna muy bonita, apacible, verdeada. Yo bromeaba todo el tiempo preguntándole al aire del estío: "¿seguro que es un lago y no un espejo de sal y peces?". Bueno, estaba completamente maravillado. Aquello brillaba tanto. El sol estaba clavado como un alfiler en el centro de todo. (¿Y si de verdad era otra cosa, tal vez un huevo gigante partido por la mitad?) Eso era hermosamente mágico. Todos los botes también lo eran. Todas las personas parecían felices y despreocupadas. Algunos tomaban mate, otros tirados en el pasto bebían Sol y palabras. Perros jugando de acá para allá con los niños, que eran más ruidosos que el motor que hace girar al mundo. Y nada de esto entorpecía el encantamiento que yo estaba atravesando. Si la libertad existía, pensaba, de seguro se había bañado en estas aguas. Vi mi escurridizo reflejo al acercarme. Por primera vez no fui caos y dientes.
    Mientras volvía en tren una voz rondó por mi cabeza, voy a transcribir lo que decía lo mejor que pueda:
    "Qué hedor despide el yo y que asco me produce la manera en la que alimentás esos bichos que vos llamás "minutos". Insectos jodidos, eh. Y me sonreís. ¿Sonreís siempre por todo o sólo cuando te pesa la saliva? Che, si te descuidás la vida te va a disparar en la cara otra roncha más, la futura picazón que te anulará el pensamiento. Che, che, che, che. No te detengas en eso. No te rasqués así, tan puerilmente. Te vas a arruinar la sonrisa idiota."
    Es todo por el día de hoy. Hasta la próxima.



***

    Otra vez en casa. Recosté mis cansados abrigos sobre un largo sillón cubierto de aún más y más ropa mía. Fui a la cocina, a beber agua y pensar sobre que escribiría luego. Bebí un poco. Me senté sobre el piso frío. Mientras meditaba, mi sediento estomago se terminó toda una botella de agua. Apoyé la cabeza sobre las rodillas y cerré los ojos un rato, algo así como 5 minutos.  Al abrirlos, levanté la mirada y mamá se acercó hasta mí, abrió mis manos y volcó en ellas una semilla. Antes de que mi susto difuminara su forma espectral, me susurró: "arropala". Esa cosa que me había entregado cayó a un costado mio, junto con mis ganas de cenar. Me levanté como pude. Huí lejos de ahí.
    Una vez fuera de casa, en el jardín. No entendía muy bien la situación. Mi madre estaba muerta. ¿Que carajo estaba pasando?, pensé. Lo peor de todo fue esa puta semilla, parecía real, creí haber sentido algo en mis manos.
    El pasto y los astros eran testigos de mi súbita idiotez. Me sentí profundamente avergonzado de mi reacción ante algo que posiblemente no ocurrió. A lo mejor estaba soñando. Realmente no lo sé.
    Me senté en el pasto, saqué una libreta y una lapicera que llevaba en el pantalón. Escribí:


"La gran cabeza esquelética
de la osa se mueve
de acuerdo al sufrimiento
que siente en su vientre,
rencorosa
elige cuál salmón caerá
en el sueño más profundo,
donde el más desafortunado
ya no será más
un montón de
escamas escurridizas
para transformarse
en un rico vaho."

    Ésto me dejó pensando largo rato. La facilidad en la que con solo una mordida se logra transformar un grasoso pez en un vapor narcótico, que servirá, entre otras cosas, para humedecer los pulmones de la cría que la osa lleva en su vientre. Por supuesto, todos los osos aprovechan esta interesante fuente de grasa que el río provee. Aunque algunos despilfarran gran parte del pescado, simplemente porque, claro, ¡hay tanta deliciosa vida moviéndose por todas partes!
    Ahora, el mal sabor de todo esto me hace pensar en un ratón herido, al que su cola fue arrancada por manos humanas y éstas deciden que hay que desecharlo todo, a excepción de lo que le fue robado al pobre roedor. Porque ahí está la cura. Porque así salvarían a una especie de la que el ratón jamás oyó. Al parecer, el hombre creyó que ese animalito vino al mundo para hacer círculos a lo bobo en una celda que será para siempre su alma blanca.
    Dejando atrás la alucinación estúpida, metí mi cobarde cuerpo adentro de la casa. Necesitaba tranquilizarme, así qué volví hacia la cocina para comprobar si realmente había recibido algo de mi madre, además de un humillante espanto. Y si, ahí estaba. Una extraña semilla de un aún mas extraño color azul. Me quedé paralizado unos minutos. Hasta que sonó el teléfono, lo que me liberó totalmente de la petrificación. Fui hasta la semilla, la levanté y la expulsé de mi vida por la ventana que daba al jardín, como haría cualquier otra persona común, supuse. Atendí el teléfono.
    Sin cenar fui hasta mi habitación. Me acosté en mi cama. 01:47 en el reloj. Me sentía exhausto por el viaje, así que intenté dormir algo. Mis ojos abandonaron la luz del velador, la televisión que escupía las mismas noticias de siempre, y a la Luna, que desde afuera seguramente se meaba de risa de mí.

   ***

17 de abril de 1994


    Albor. Domingo en la ciudad. Siempre es domingo en esta ciudad.
    En el baño, mientras me afeitaba en frente del espejo, se produjo un monólogo interesante, que decía mas o menos así: "Che, pibe, un árbol no es un hijo al que se lo arroja al mundo de igual manera que se lanza una moneda desnuda al aire. Un árbol nunca será ese niño que crece para darle su reconfortante sombra a las pestilentes urbes. Decime, ¿cuántos grandes hombres te dieron un hueco donde poder amarrar tus ríos y verter toda tu asquerosa sed?"
    La pregunta final no tuvo respuesta, al igual que nunca tuvo respuesta algo de todos esos extraños sucesos que viví en el verano del 93.
    Adieu.


***


9 de octubre de 2002
    Querido diario:
    Pocas cosas que contarte, amigo mio. Nuevamente, te pido disculpas por no poder acompañarte en tu viaje a París. No puedo dejar al verano durmiendo solo en casa, ¿sabés? No puedo abandonar todo ese montón de noches donde olimos, oímos y reímos (¡momentos que caben dentro del ojo de un gorrión!). Yo prefiero esperarte acá, del lado de la vereda donde las baldosas aún no me escupen, donde el Sol sostiene todos los brillos que emana Buenos Aires.
    Mi vida no podría ser más feliz, me estoy recuperando de un importante bloqueo de escritor que cargué por poco más de un año. Además de eso, de aquella semilla de la que tanto te hablé, bueno, de ese árbol que salió de ahí. ¡Ese árbol! Con mucha emoción te cuento: el árbol de tinta finalmente dio sombra. ¿Cuántas primaveras estuve anclado a sus pies rogándole a su corazón una mirada que rellene mis papeles en blanco? ¿7? ¿8? No lo sé. Y no me atrevería a despojarlo de su eterno letargo solo para preguntárselo; se ve tan plácido saboreando el culo de la muerte. Cada tanto, cuando puedo, recojo en secreto los frutos que da, que para él son guirnaldas descoloridas que lo avergüenzan.
    Es todo por el día de hoy. Hasta la próxima.





Maximiliano Olivera