13 de junio de 2014

¡Fuego!

Dentro del ojo de la muchacha lunar caben mil montañas. Ella en el fondo de su alma es un caballo bayo, de tono brilloso, bien cuidado. Su pene siempre erecto a la hora de marchar entre las hembras y los demás machos. Precisamente, ese comportamiento sumiso y nervioso, en extremo, de los de su misma especie, alejó a todo hombre que presencio en carne propia semejante cosa rara. ¿Cabalgar lo infatigable, semental, maldito?
A veces me deja ver dentro suyo, y cada vez que sucede, todo ser vivo que habita en mi interior se licua: cada célula, cada sentimiento, cada noción y pulso.
Dentro del ojo de la muchacha lunar caben mil montañas. Ella es un fuego eterno, y su retina de agua no conoce de treguas ni pactos. Algo en lo profundo de su  pecho abisal late en forma de maremotos.
A veces me deja acompañarla en sus siestas, pero, jamás duermo, simplemente me quedo contemplando lo maravilloso de su rostro al enfrentar el sueño sin armas ni escudos, sin aliados ni enemigos, sin vida ni muerte.

Maximiliano Olivera

1 de junio de 2014

Fiat Lux: A) Fiat Lux

Pájaros blandos por la luz, son como moscas perdidas dentro de una botella de un viejo cristal. Pájaros de un curioso color marrón que solían tapizar una pared que ahora no delata otra cosa más que humedad y abandono. La casa duerme infeliz bajo un silencio negro que apenas es rasgado por ratas huesudas que hacen mínimos ruidos al masticar los restos de lo que alguna vez fue una gorda amapola. En el living, el taburete del piano recostado sobre diarios y revistas irreconocibles. Sobre la chimenea, mirando hacía una ventana rota, un gran cuadro de un paisaje verdoso con hombres sin rostro labrando la tierra, parte del cielo fue devastado por el paso del tiempo y cientos de arañas. El piano está muerto, como todo árbol que es hogar de insectos deseosos de defecar y copular. Un tímido jacaranda atravesó con sus raíces la cocina, dejando al descubierto azulejos celestes, muebles marchitos y cubiertos de plata. Todo el piso fue reemplazado por tierra, arena, polvo y, rara vez, alguna débil planta. Las cortinas se convirtieron en telaraña. Desde el otro lado de las ventanas, en medio del jardín, se ve la intacta estatua de una mujer desnuda sosteniendo un jarro. En el segundo piso, recorriendo un pequeño pasillo, se hallan dos habitaciones y un baño completamente inaccesibles: las tormentas tiraron abajo todo el tejado. Volviendo hacía atrás, el suelo se conservó mejor, a pesar de lo muy podrido que esté apenas se perciben huellas de pequeñas alimañas. Unos minúsculos agujeros en lo que queda del techo dejan pasar algunos rayos y ruidos exteriores, bajo esa misma luz, una importante apertura que nos permite ver que debajo yace un sillón, y, sobre el, fotografías en blanco y negro, entre papeles que perdieron su tinta.

Maximiliano Olivera