28 de febrero de 2012

Claddagh

Hola, ceniza danzante
que no dejas ver el sol.
Solías ser mi amigo,
lo recuerdo.
Aun distingo bien tus manos
en la vasta espesura
del cielo.
Tus ojos grises
son libres ahora.

A una velocidad que me asombra
te alejas con una sonrisa.
Aunque la distancia no impide
que me abrace a tu esencia.
Y guardo un poco de ella
en mis viejos guantes.
Tus ojos grises,
me miran tristes.

¿ Preferís ser música, tambien?
Podes ser lo que quieras,
y si lo deseas, seras lluvia.
Pero no estés triste.
El tiempo es valioso,
y el mar no espera a nadie
¿ podrías mirarme una vez mas a los ojos?
tan inocente e ingenuo
como cuando te conocí,
así te vas.

Maximiliano Olivera

Otoño

No dejes que esta fría tristeza nos utilice para su violento festín. Si aun conservas interés en detener el amargor de las horas, escapa lejos de tu egoísmo. Escapa esta noche, bajo la fresca llovizna otoñal. Ignora los campos de trigo ardiendo alrededor tuyo. Ignora como las finas gotas punzantes perforan tu sombra. Ignora al barro mecerse sobre las voces que susurran desesperadamente tu nombre. Solo deja que la luna te bese y disemine en vos el pasado, lo perdido, lo muerto, lo anhelado. Para así lavar tu cuerpo del otro lado del espejo. Y al volver de allí verás los recuerdos correr sedientos por fuera de la ventana, ya no rondaras libremente con todos ellos porque ahora seras el tiempo que se retuerce tenaz bajo esta piel.

Maximiliano Olivera

26 de febrero de 2012

Hibakusha

El mismo bondi que me engulle todas las semanas me arrastra hasta mi hogar. 
Al descender de él, solo es viento y hojas secas lo que hay. Ni la gente, ni los semáforos, ni la tonta forma de la luna de hoy me aterran esta vez, porque nada de eso camina en estos momentos por las calles. Como si de repente todos creyeran que un execrable y rabioso monstruo, disfrazado de otoño, se hubiera adueñado de la ciudad e hiciera del aire su guarida, lugar donde cena a sus presas, babeando neblinas cuajadas, planeando estrategias para poder permanecer; celosamente se aferran a la idea de que algo terrible les espera afuera, y que podría con sus álgidas garras arrastrarlos hasta la tristeza infinita. 
No los culpo, la idiotez, como una hiena hambrienta, jamas soltara a su presa.
Le temen, sin siquiera comprender al etéreo animalito, su ingenua rutina de acariciar la noche, protegerla de los verdaderos monstruos. 
Meticulosamente pienso en él y continuo caminando. Una oscura y aburrida casa me espera, luego de tanto vagar. 
Ya abrigado por cuatro paredes lanzo mi pesado abrigo sobre el perro. Los cuadros, sobre las paredes rajadas, oscilan por una ventana abierta que se ha puesto a cantar desafinadamente. La pereza se corta las uñas sobre mi cabeza. La gata duerme enredada a la sombra de una tibia taza de café. Madre llora afligida en la cocina, con la boca estremecida me saluda con un beso; las grietas de su cuello lo dicen todo por ella. Delgadas praderas de silencio nos cubren la lengua.
Pusilánimemente huyo hacia mi cuarto.
La cama yace desordenada, sobre ella mi guitarra, la tomo y limpio sus lagrimas, eyecto mágicos acordes para mamá. Su corazón es un viejo blues que arroje hace tiempo hacia el mar.
Madre grita, la cena se enfría, mis lerdas manos también.
Sopa de espinelas y habladurías. Mis padres discuten. No me interesan sus miradas llenas de odio. El tiempo lo enreda todo, pero esas cosas luego se cubren de ensueño. El antiguo televisor crepita agonizante, a mi me es totalmente indiferente. Observo mi gracioso reflejo en la ventana casi empañada. Soy solo un pequeño hombre con una extraña y acogedora suerte.
Vuelvo a mi habitación, la comida aun crepita en mi estomago. No hay tiempo para digerir las culpas. Lanzo mi cuerpo lacerado al abismo de las sabanas.
Nos reunimos solo en sueños, chica lunar. Hoy como nunca pensé en vos, mi vida se vuelve un lugar triste mientras espero tu llamada. Aun conservo tu vieja carta, tu letra graciosa destella la ternura que ya no podre drenar en mis manos, fisuras inmensas las recorren, cuencas infinitas dormitan en ellas. Siempre trate de ser fuerte por vos, a pesar de mis carencias. Todos los días al despertar, me inflo de torpeza y serenidad, ato mi corazón con alambres de púas, y salgo a andar.
Los gatos extrañamente cantan por la noche. En la oscuridad, al igual que ellos, me matengo alerta, la parca es torpe y ciega, y se que en cualquier momento la sorprenderé preguntando por mi. 
El sillón de sarna y humedades reposa impaciente en el fantasmal living de mi mente, planeaba acercarme, descansar de todo el ruido en el.

Maximiliano Olivera