el pensamiento pasa
no sin antes dejar su melodía errante
en cada uno de los sentidos
en tu boca todo llora
cuando renunciás a tus manos
con el sonido de caras colisionando entre sí
se abren las flores
llenitas de avispas prisioneras
las pupilas giran
sus cuellos lentos entorpecen
este agüita que me quiere llevar.
Maximiliano Olivera
20 de octubre de 2016
Pataditas al aire
el sol de enero pega
el mediodía es el veneno del viajero
camino y me detengo en un pueblito sin nombre
un racimo de niñas sedientas
amontona a unos pibes
muy cerquita mío
otra gente viene desde lejos
tras las piedritas que yo pisé
en busca de la sombra que sabe barnizar
el mundo se detiene por una pelea de perros
las niñas se alejan
los pibes se quedan para reír
vemos como se arrancan pedacitos de carne del hocico
y como estallan los bramidos
y como pululan nuevas caras
ahora el más chico tira pataditas al aire
triste y desesperadamente
está refulgiendo
está molido
está vacío
una doña emerge del tumulto
y detiene el bullicio de un baldazo
de agua enjabonada
muy pocos de los gritos
apuntan hacia adentro
de aquella rojez inmóvil
mi gargantita de cobre cae al suelo
la abulia me toma de una pata en el mejor momento:
la tierra húmeda es lo más grandioso del mundo.
Maximiliano Olivera
el mediodía es el veneno del viajero
camino y me detengo en un pueblito sin nombre
un racimo de niñas sedientas
amontona a unos pibes
muy cerquita mío
otra gente viene desde lejos
tras las piedritas que yo pisé
en busca de la sombra que sabe barnizar
el mundo se detiene por una pelea de perros
las niñas se alejan
los pibes se quedan para reír
vemos como se arrancan pedacitos de carne del hocico
y como estallan los bramidos
y como pululan nuevas caras
ahora el más chico tira pataditas al aire
triste y desesperadamente
está refulgiendo
está molido
está vacío
una doña emerge del tumulto
y detiene el bullicio de un baldazo
de agua enjabonada
muy pocos de los gritos
apuntan hacia adentro
de aquella rojez inmóvil
mi gargantita de cobre cae al suelo
la abulia me toma de una pata en el mejor momento:
la tierra húmeda es lo más grandioso del mundo.
Maximiliano Olivera
19 de octubre de 2016
(3)
la luna en el cabello
dificulta hallar la nieve
en el pie que gruñe
rígidos un instante:
las casas
los soles
vivimos (algo sé).
Maximiliano Olivera
dificulta hallar la nieve
en el pie que gruñe
rígidos un instante:
las casas
los soles
vivimos (algo sé).
Maximiliano Olivera
14 de septiembre de 2016
Pelota
Durante una prolongada estadía en la oscuridad total uno olvida su forma,
olvida quién fue, olvida sus propósitos, olvida el tiempo, pero no olvida dónde
se está. Y sé que fui arrojado otra vez, como en otras oportunidades, a esta
especie de cárcel hermética.
Todo se vuelve a repetir: las sensaciones van desvaneciendo progresivamente,
dejándome a solas con La Voz: mi compañera temporal. Por desgracia, hay algo
que no puede ser arrebatado de uno, y es esa vocecita bulliciosa. A veces
quisiera estar a solas, por mucho más tiempo, sin saberme, para no sentir en mí
tanta negrura. ¡Me aterra esta nada!
Ansío ver de nuevo esa luz abriéndose ante mí. ¿Cuánto tiempo más faltará? No
lo sé. Yo sé que volverá.
Me pregunto cómo era mi cuerpo, y los colores y texturas que contenía. No
puedo dejar de preguntármelo. Yo no puedo palparme, estoy completamente inmóvil
y los espejos del pensamiento son verdaderamente inexactos, poco confiables. Sólo
cabe esperar. Hay tantas cosas del mundo, además, que quiero volver a ver…
En el momento en el que me dispuse a dormir, un
objeto irrumpió en mi ridícula calma, para manipularme a su antojo. ¡Cuánto le
agradecí el arrancarme de ese estúpido sitio! Realmente, ya no me importaba si
lo hacía para devorarme o para arrojarme a las mismas llamas del infierno. Nada
podía ser peor que lo que había vivido.
Mientras era conducido por aquel objeto –que la luz, ya entregada a mí, convirtió en un par de manos– pude ver entrecortadamente el azul del cielo. Me reencontré con el aire. Pude
respirar. Vi al Sol, esa poderosa gema astral, y sentí cosquillear su calor en
mi pelaje y volví a reír. Y reí en todo el trayecto. Era feliz redescubriendo
aquel mundo que me habían negado por mucho tiempo. Vi un montón de caras con
formas que denotaban felicidad. ¿Es que vienen a presenciar y vitorear mi
liberación?
No fue sino hasta el segundo lanzamiento que desee
no haber salido nunca de mi celda. En el primero sentí una sensación extraña,
mientras me elevaba también se elevaba el dolor, y entonces supe que llevaba
entrañas en mí. Y éstas enloquecían más y más en cada golpe de aquellos dos
monstruos.
Tercer lanzamiento. Un impacto preciso en el
centro de mi cráneo lo apagó todo. Me desvanecí, sin más.
Cuando desperté, ahí estaba, en la recámara de la
muerte, la recámara de la nada. Detesté aquellas manos sucias que me llevaron a
la muerte, otra vez.
El tiempo pasó y fui olvidando cada vez un poco más.
Luego La Voz volvió a mí, e hizo el silencio aún más cruel.
Maximiliano Olivera
1 de septiembre de 2016
Qué
Qué suerte que ya no me
pertenece el habla ni yo le pertenezco más a él, ya no podrá adueñarse de mí en
cada ausencia de razón ni en cada inconcluso roce de piel.
Qué suerte que olvidé
cómo se respiraba, porque la fauna abisal es tan maravillosa e intensa.
Qué suerte que ya no miro,
porque ya no queda nada por ver, salvo aquella niebla que se interpone entre mis
ojos y las creaciones de las que alguna vez fui fermento.
Qué extrañas las cosas
que me obligan a cooperar con la nausea que provoca escribirlo todo en mi mente,
una y otra vez, antes de soltarlo en voz alta.
Maximiliano Olivera
Amanece
Amanece cuando cae de mi boca aquel duende que enciende el día.
Amanece cuando los perros se elevan al cielo con tan sólo el batir de sus colas polvorientas.
Amanece cuando el tren llega a la estación trayendo a los vendedores ambulantes que llevan en ellos todo el vaporcito de un pan casero.
Amanece si es que el cana no me escupe al pasar por su lado ni le desea un buen día a mi culo inquieto.
Amanece cuando el rocío termina de baldear los pisos y pulir los árboles y los anteojos de la gente.
Amanece justo cuando el vapor de un mate te hace bostezar hasta la sonrisa.
Maximiliano Olivera
Amanece cuando los perros se elevan al cielo con tan sólo el batir de sus colas polvorientas.
Amanece cuando el tren llega a la estación trayendo a los vendedores ambulantes que llevan en ellos todo el vaporcito de un pan casero.
Amanece si es que el cana no me escupe al pasar por su lado ni le desea un buen día a mi culo inquieto.
Amanece cuando el rocío termina de baldear los pisos y pulir los árboles y los anteojos de la gente.
Amanece justo cuando el vapor de un mate te hace bostezar hasta la sonrisa.
Maximiliano Olivera
2 de agosto de 2016
División terrestre
Loco, no te apurés, que
la eternidad fácilmente se diluye con el sudor. Tu espíritu ya no camina
a tu lado, ¿no es así? Bueno, ¡que eso no importa! Guardá un pajarito negro
en una caja de fósforos y llevá siempre un alfajor en el bolsillo. Apagá la televisión, dejá de ver ya a esos militares tontos que recorren las calles en busca del
río robado. ¡Buscate!
Ya no importa que te
duermas en otros ojos. Tomá un hilo del silencio e intentá transformarlo en
puente. Que te sirva para nunca soltarte del aire y la tierra que amás.
Ya no importa que te
tragues el tiempo con una sonrisa, pensando en todas las canciones que se
desangran esperándote en cualquier garganta idiota. Construí con palabras. Buscá
aquella rima que es tuya. Lo demás es piedra dormida al sol.
Escribí porque la vida
arde y no basta con sentirla en nuestra piel morir.
Escribí con repugnancia
al olor chamuscado de las cosas.
Escribí porque uno debe
rehusarse a ser sólo una llamita extinguiéndose.
Escribí porque el
universo no debe desaparecer
y porque sólo nuestras palabras
pueden perpetuarlo.
Escribí porque la memoria
no deja ceniza alguna
y porque la palabra es
agua.
Maximiliano Olivera
23 de julio de 2016
(2)
a dónde
a la muerte
a lo lejos
a morir
a repeler
a vivir
abierto
abran
ábranlo
acá
acaba
aceptando
acurrucado
adorno que
agitará
ahora
al
alejarse
amanece
amar
amarrar
amor
andando
animales
apartar
aquello
arruina
ascender
así es
así sé
atrás
atravesando
ausencia
automática
bajando
bosque
bravo de
brillantes
brotes
buscando
cae
caer
campana
canto
caramelo
ciego
ciego
ciego
cielo
cierto
círculos
color
colores
columnas
cómo ayer
cómo él
cómo la
cómo mucho
cómo sé
con las
con lo
con lo qué
con sus
creaciones
crujientes
cuándo
cuando vuelva él
cumbres
de
de allí
de cada
de Dios
de la lluvia
de la oscuridad
de las casas
de lo
de los qué
de muerte
de sol
decir
del cielo
del mundo
delimita
demasiado
demasiado
derruido
desintegrado
despertar
despierto en
destello
destruir
detiene
días
dibujos
difuntos
diluidos en
docena de
domingos
echa
eco de
él
el baile
el camino
el cielo
el latido
el mundo
el oído
el pensamiento
el rostro
el sonido
el tejido
el tiempo
ellos
en él
en espiral
en flor
en la laguna
en las
en los
en mí
en mi nuca
en norte
en sur
en sus
energías
escribo
esperando
eternidades
existencia
extraviada
eyacula
fácil
faro de
figuras
finales
fisuras
flores
formas de
fronteras
fuego
guardado
habla
hacia adentro
he pasado
horas sin
horizonte
húmeda
imagen
interior
iridiscente
irnos
juntos
la caída
la cruz
la danza
la lucha
la miseria
la noche
la palabra
la sed
la víscera
la visión
lágrimas
largas de
las manos
las ondas
las ramas
las sombras
llegar
llevar
llorar
llueve
lo caminado
lo escrito
lo insípido que es
lo muy
lo pasado
lo que sé
lo soltado
los hilos
los puntos
luego
madera
mancha-
manos
mantener el
mañana
me deja
me despierta
me hunde
mi corazón-
mirada
mis ideas
mueren
muros
muy
niños
no
no
no es
no hay
no lo sé
no tener qué
noche
nosotros
nota
nube
nuestra
ñata
observa
ocurre
otra
palabra
para él
para mí
para pedir
pendientes
pensamientos
pequeños
persistir en la
piel
por siempre
preñar
primera
prisión
protestar:
punto de quiebre
quedarse
querer
rayo
replicando al
río
ritmo
roto
ruido-
sabor
se abre
se cruza
se cuela
se rompe
se sostiene
se va
segundos-
selva
ser-
signo
sigo
siluetas
sin
sol
sólo
sombras
somos
soy
su
tarde
te espero
todavía
todo ésto
todo quedó
todo
trazo
umbilical
unísono
viejos
venenos en el
vértice del
vientre
vine a
visitar su
voz
y dice:
ya no
ya no está
zorzal.
Maximiliano Olivera
7 de julio de 2016
6 de julio de 2016
Calles
Las idas y vueltas del
día desordenan todo en mi cabeza, que hasta veo deambular por detrás de mis
ojos muchos recuerdos confusos, más inciertos que yo.
Mi memoria es una morgue atiborrada
y es un hospital de soldaditos de plástico y es una escuela incendiándose. Es
una serpiente maldita que siempre está mudando de piel y yéndose de la ciudad en
la que yo me encuentre. Siempre negándome el oído, la mirada y su delicioso
veneno.
La memoria es también un
reloj al que recurro cuando nadie está hablándome.
Hoy me encuentro en un
cuarto atrapado en una calle de baches milenarios y árboles sedientos, en una
ciudad eternamente dormida, de gente tibia. Recién llegado de una caminata
trivial. Preguntándome por qué soy presa de esas calles por las que no anduve
siquiera una vez solo. Y es extraño. Andarlas solo es de verdad extraño. No
puedo salir de éstas sin sentir cuánto me han cambiado la vida aquellas manos
invisibles que me arrebataron a esos seres queridos que solían acompañarme.
No es por nostalgia ni
torpeza ni casualidad que vuelvo a recorrer esos caminos. Algo en el aire me
llama y el cuerpo sin preguntarme me lleva. Y no puedo evitar que en mi mente
se repitan las caras inexpresivas de esa gentecita que un tiempo atrás transitó
esta urbe, enferma de un odio patotero y barato –el odio autentico reside en sus
dioses–, incluso a veces pareciera que viven en un eterno estado de alerta,
miedo y asco. Se puede apreciar a simple vista en sus pasos, en su manera
despreocupada de mirar y murmurar, aunque cuando se encuentran solos, por lo
general, no se escucha otra cosa más que el sonido de los autos, trenes y
bondis, como si aquella chatarra vehicular tuviese el alma que les falta a
estos hombres y mujeres.
No hay mejor cura para
una realidad engorrosa que catapultándola de uno a través de la escritura.
¿Será esa la razón primordial por la que escribo o por la que se escribe? Tan
solo espero no estar exhalándole helio a una de mis grandes pasiones.
La oscuridad sucumbe,
dejándome solo con la mañana, que me espía con su garúa finita desde mi ventana
entreabierta. La garúa es sólo una, pienso, cada gotita es para ella lo que
para nosotros es una célula de nuestros cuerpos. ¡Carajo! Animal aterrador.
Maximiliano Olivera
26 de junio de 2016
Piba/Pibe
Responder a las miradas
que odiás con guiños y risas es tu manera perfecta de impedir que lleguen esos
puñales a tu carne. Sin embargo, la gente estúpida te duele, muy en el fondo.
Pero más te choca que tu lengua esté sin esas vueltas que la espuma de un
alcohol le da. Siempre estás apurada y nunca tenés en claro hacia dónde vas. Una
vez, mirándonos, preguntaste: “¿Hay que ir a algún lado?”. Y te reías como una
loca, con todos esos dientes aún más locos que vos. Y no dejo de pensar que
sería de mi vida sin esa luz que tan furtivamente metiste en mí, y aunque en
aquel momento no era capaz de verla por mí mismo, hoy, estando a un año luz de aquellas calles que andábamos, puedo hasta incluso palparla, y eso me basta para poder sonreír.
Maximiliano Olivera
No decir el mal
Pensarlo para disolver viva
la duda. Dar mil vueltas a la manzana hasta que ya no queden fuerzas para
maldecir. Transmitir lo que se siente a través de un golpe seco a la pared, y
así cambiar de lugar todas las telarañas y grietas, y obligue a las arañas a
buscar nuevas manchas de humedad donde vivir.
Quiero que la casa arda
como el vino en mi estómago, y que todo lo mío se queme y se olvide, desde mi
embustero poeta interno hasta el niño que alguna vez fui. Comenzaré encendiendo
una fogata en mi cabeza, que no deja de gruñir al oír reír a la gente.
Hay una fiesta al otro
lado de la pared. Me pregunto, ¿habrá algún jodido humano que no esté libre de
aquel cosquilleo que nos impulsa a buscar un ombligo en la noche? Bueno, acá
estoy, quejándome desde la pluma, mientras por momentos trato de encontrar al
mío en cualquier oscuridad que inventa mi mente. ¿Hace cuanto le he perdido el
rastro?
Miro el techo. Por
primera vez puedo escuchar a las sombras andar, y también hay otros sonidos, se
asemejan a botellas chocando contra un montón de dientes. Tal vez si abro la
boca vendrán por mí, y no quiero. Cierro los ojos y pienso en todos los campos de girasoles del
mundo, imaginándolos uno tras del otro, y no hay nadie ahí, salvo una brisa que
lleva un perfume que fecunda la tierra.
Golpean la puerta. Apago
las luces. No respiro. No pienso. No miro. Vuelven a golpear. Contengo la
respiración. Tercer golpe. Cuarto. Me levanto de mi cama y voy directo al baño como una rata herida. Toc, toc. Vomita todo mi ser. Cuento los arroces que rechacé. Juego con mis dedos con
aquella baba graciosa que Dios puso en mí, y que ahora flota en el agua del
inodoro. No, no hay rastros en mi panza de aquella cicatriz tan deseada. Al carajo con eso, ya no oigo que toquen. Perfecto. Volveré a la cama, al dormicidio. Mañana ya no estaré.
Maximiliano Olivera
31 de mayo de 2016
Invierno 1972
Nro. 1
Una abeja
es una gallina a la que se le han caído sus plumas y el pico. Un tomate es el caracú de
una sandía. Aquella vaca sedienta es la hija de este pensamiento de mil años que
viene y va en mí, buscando un río que no existe en ningún mapa.
Mis manos
no mienten, el invierno llegó a la ciudad. En mi lengua, cientos de
edificios en llamas. No veo más que arder la ropa de esa gentecita de ceniza.
Un duende me conduce hacia sueños donde soy la cena de unos gatos de porcelana,
y donde los perros son de lata, y la lluvia siempre cae y ellos están ahí, oxidándose
en perpetuo silencio. Yo los veo y me entristece no ser uno de ellos.
Una migraña
es el llanto de mis adentros. La sangre de una naranja es el esperma de un
pececito de colores. Los perfumes que encuentro en las tundras que hay bajo mis
uñas no me pertenecen, sólo el Sol es dueño de todo lo que voy reuniendo en mí
a medida que vivo y muero. La mantis me piensa más y mejor de lo que yo a ella, cuando me acerco curioso a contemplar su belleza.
Ésto es el mar: una púa que besa sin pasión a un vinilo de tangos del siglo pasado.
Una mosca ni se inmutó al
verme correr cuando sentí los aviones llegar, trayendo las bombas que arrasarían
la ciudad. Hay algo en el mundo que quiere que pierda la prisa, pero es más fuerte
la ansiedad de no morir como un niño.
Una paloma es un cable que cruza los océanos. La arena de esta orilla es la risa de todas las madres que se han ido y todo el cielo es un arlequín que escupe óxido desde un tajo en una de sus mejillas, tambaleándose en busca de su querida doña Muerte.
Panes que
di, hijos que vi nacer, abuelos que me completaron el ser, sopas calientes
que fueron buen abrigo, golpizas que sirvieron de lecciones, amistades que erigí,
manteles que vi aparecer y desaparecer en reuniones de amigos, mujeres que
trastocaron mi mente, libros que fueron diamantes entre mis dedos. Todos ellos en mi memoria, siempre.
Nro. 2
¿Hace cuantos siglos no encontrás la nieve,
Vladimir? ¿Qué clase de viejo de mierda podría llevársela en su maletín hacia otro
país? A tu alrededor no veo ninguna de las estatuas que tus ancestros nos
dejaron para conocerte mejor. Me decís que la nave ha partido, llevándose a
todas las niñas más dulces de la aldea, violadas hace tiempo por una duda chata
y mezquina. ¿Realmente vale la pena vivir en un mundo macho y marchito? Te desnudás ante el ojo de una luna a la que le avergüenza su propia desnudez.
Bebe de mi leche, criatura. Bebe hasta que
olvides tu pena, humano tonto. Contame de todas tus muertes, de todas esas caras sin pieles,
quemadas en un segundo de aquello que llamas infierno. En ese instante donde la
ceniza y el polvo de los rincones se eleva hacia el cielo para darle inviernos
a tus pies.
Joven, tu sonrisa es siempre la de dos hombres que jamás se tocan, por eso nunca creí en ella, ni en vos. ¡Escupí ya el engrudo de las palabras que no vale la pena decir!
Joven, tu sonrisa es siempre la de dos hombres que jamás se tocan, por eso nunca creí en ella, ni en vos. ¡Escupí ya el engrudo de las palabras que no vale la pena decir!
Yo pregunto y pregunto, y siempre te
ocultás en el silencio de tu ushanka, idiota.
Nro. 3
Hola,
¿siempre tan triste vas por la vida? ¡Ey! ¡Hola, extraña! ¡Que no, no estoy enfermo!
¡Enfermo, enfermo, enfermo! ¿No conocés más palabras que esa? ¿Qué? ¿La única
cura para ésto es el suicid…? ¡NO! ¡DETENTE! ¡No repitas más esa palabra, por
favor! ¡Y no me silbes así! ¡Tan cerca mío, no! ¡SUICIDIO, SUICIDIO, SUICIDIO!
¡Idiota! ¡NO NO NO! En serio... que me hiere mucho, y más así de cerca.
Entonces, ¿era tu mano la que tomó a la mía en la oscuridad? ¿Y por qué estabas
ahí? ¿O era tu perro y no el mío al que pateamos aquella noche? ¡IDIOTA! ¡No
puede ser posible que vos seas yo! Es completamente absurdo. ¿Y yo, vos?
Absurdo. Absurdo. Sí, sí. Imposible. Y no lo olvides. Ey. Ey. Ey, tranquila… no
llores. No… basta, que me vas a hacer llorar a mí. Yo sé que es difícil
olvidar, pero debemos guardar el secreto. Sí. ¡Ja! ¡Vamos! Aquello que cargás
en tu joroba se llama “pesimismo”. ¡PE! ¡PE! ¡PESIMISMO! ¿Eh? ¿Que por qué
escondo siempre mi cara cuando vos tocás tu vulva, así como rallando una piedra contra
el piso? ¿Y qué si arranco la sombra en mí, eh? ¡Harto de morir en cada puesta
de Sol! “Tuya en adióses perennes”, decís. Y yo no quiero tener que buscarte nunca
más en el espejo, así como te busqué la otra noche, asustado, sin saber si
volvería a verte. Y… ey, mirame. ¿Estás herida? Estás herida. Dormí si querés,
pero respirá. Quedate conmigo. Dormí conmigo. Respirá. Res-pi-rá. Res…
29/5/16
Maximiliano Olivera
26 de mayo de 2016
Fe en extraños
Traeme la música que siempre fuiste.
Salvame, que la guitarra sólo me habla en su lengua de árbol y ya no produce
aquellos sonidos que me hacían tanto bien. Salvame, que por las calles corren vientos nuevos de caras que no se animan a hablarse, y en las plazas los niños ya
no se cuentan entre ellos historias de mundos que imaginan. La ciudad
está teñida de un rojo óxido que aterra a toda criatura de ternuras puras. En
mis pupilas: un montón de hormigón para unas pocas almas oprimidas por una hábil mano de barro y cenizas.
Nadie bebe, nadie juega, nadie puede
acercarse al Sol. Si tu cabeza decidiera volver hacia atrás, comprenderás que
todo ha sido removido y reemplazado por montañas de cadáveres fusilados por los
sarampiones. ¿Y quién te devolverá el tiempo que te tomó poder erigir aquel
humano que veían en vos?
Ésta es la manga de mi camisa, yo me aferraré a la
tuya. No olvides jamás el color de las que nos regalamos en aquellos
sueños desde el vientre del sol. Hoy nos vemos alejar, mujer. No voy a
desistir. Abro los ojos. Te busco en el fuego y en la asfixia, en la cerveza
que hincha mi cabeza y emborracha mis demonios, en la cara de una anciana a la que
aún el parkinson no le robó los hermosos acordes menores de sus manos
blancas y huesudas. Y trato de entender este dolor en mí, ¿en qué se transformó la tinta de mis dedos?
Maximiliano Olivera
25 de mayo de 2016
Pronto será lo suficientemente frío
Ella era un
rayo de luna y los astros lo sabían mejor que todos nosotros, aunque ellos
eran dioses y no niños que intercambian secretos por cigarros y caramelos en
una prisión sin patios ni juegos. Sin más remedio tuvimos que contárselo a todo
aquel que nos permitiera bebernos el peso de un rayito desnudo en ese delicioso
río donde defecan los seres que habitan la cabeza desordenada de un
adulto defectuoso. Y, ¿valió la pena aquel embrollo por un poco de orgasmo
encefálico y una nariz colorada de tanto alcohol barato? Ay, si todo se olvida
a la mañana siguiente. Si la boca se vuelve a secar y todos los músculos
vuelven a tierra a reordenarse con el ser, para tocar fibra por fibra la fabulosa sinfonía universal
del dolor… ¡para todos los hombres que llevamos presentes! Y me pregunto cuál
de todas esas voces que llevo adentro será la que venga a reemplazarme cuando finalmente me harte de tener que escucharlas. Oh, ¿quién será el que me quite de lo que creo "mi vida"? ¡Por el resto de toda esta insignificante existencia! Siempre flotando y deshecho, con un montón de sonidos de lata en el pecho. Divagando. Y ella.... ella era un rayo muy bonito
y nosotros el ínfimo hilo de baba de un perro ciego. ¿Valió? ¿Es por esto que
se mata y se muere en este mundo? Un disparo de esperma en la oscuridad de una
habitación fría y ajena.
Y la gente no se detiene casi nunca. Se arrancan su
propia cabeza y se arrodillan ante ella, rezándose. Rezándonos, nos dicen. Y
nada podemos hacer por ellos. Pero queda algo por hacer por ella, bonita
niña-luna, que tan triste se ve. Llamaremos a su abuela para que vuelva con el
viento, trayendo con ella semillas de amapolas, y pueda así esparcirlas sobre
su rostro blanco. Y realmente no nos interesa saber por cuantas eternidades más
debamos quedarnos acá sentados, si es que podemos vernos crecer.
21/5/16
Maximiliano Olivera
30 de marzo de 2016
Hendijas
Me gusta el azul cuando da sombra,
cuando camino las miles de formas
que los fantasmas han puesto bajo mis pies.
La clepsidra me dice: "nada en la mente estorba;
conoces los caminos porque ellos te nombran".
Mis nuevas voces amigas se echan a correr.
El río de la montaña es una herida que repta
de condor en condor, de grieta en grieta.
Se divierte al observarnos divagar.
Las gotas se endurecen, vienen y van.
Si juntas son el vino y separadas son el mar,
todas las almas llevan su perfume a sal.
23/9/14
Maximiliano Olivera
cuando camino las miles de formas
que los fantasmas han puesto bajo mis pies.
La clepsidra me dice: "nada en la mente estorba;
conoces los caminos porque ellos te nombran".
Mis nuevas voces amigas se echan a correr.
El río de la montaña es una herida que repta
de condor en condor, de grieta en grieta.
Se divierte al observarnos divagar.
Las gotas se endurecen, vienen y van.
Si juntas son el vino y separadas son el mar,
todas las almas llevan su perfume a sal.
23/9/14
Maximiliano Olivera
Mi prisión del espacio que me sostiene
La última vez que había visto llover fui
tan feliz, que no me importó cargar en la sangre hambre, miedo, frío, y no
recuerdo qué otra calamidad más, pero, realmente disfruté ver como se diluía mi
congoja con el agua que caía. Yo estaba solo, muy solo. Humanamente solo. Y mi
casa es pequeña, apenas cabemos mis fantasmas y yo, entre muebles tristes,
pero, el punto es que así la pensé, es una manera de ponerle límites a la
propia soledad. Astuto de mi parte, o no. Entonces, digamos... quince metros
cuadrados de soledad.
Esta noche de lluvia trato de distraerme,
para no pensar en todo lo malo que también puede arrastrar una tormenta.
Escribiendo, por ejemplo. Escribir me salva de mí mismo, y también,
implícitamente, salva a muchas criaturas... claro, de mí.
La poesía está en todas partes, mi casa
está repleta de ella: en cada una de las arañas o moscas, en los platos sucios,
en el vapor de un mate recién hecho, en el gato, en su mierda. También suele
estar en lo que hacemos y cómo. Pienso que atrapar un buen poema es como
atrapar con tus manos una gota de té caliente que cae por accidente de la
cuchara. A mí ya no me sale con estilo, y ni siquiera lo he vuelto a intentar.
Llevo las manos marcadas con quemaduras por culpa de un pedazo de calma que no
me asegura ni un buen sueño o un buen polvo.
Sea como fuere, caía la lluvia, caía y era
tan bella. Mientras tanto, en la televisión había gente local muriéndose en el agua
dulce, también había leones hambrientos en África y gente escapando de esta
vida por la peste y la guerra. Lo mismo de siempre. Aunque por primera vez
Scooby-Doo me resultó complicadamente aburrido. Preferí quedarme en silencio,
disparando hacia el cielorraso bocanadas de humo mío, fumándome las venas de mi
brazo inquieto, imaginando con los ojos cerrados las luces de cientos de
edificios mudos y marchitos. Son parte del cielo que conozco. Por esto aprieto
las muelas muy a menudo. Mis párpados empiezan a pesarme y ya no oigo las gotas
caer. Comienzo a extrañar las largas caminatas bajo la Luna , el rocío cubriéndome
como a algo inerte y sin importancia, mi mirada nauseabunda rodeando a cada
alma perdida en esta ciudad. Ojala tuviera palabras para decirles, pero no. Ni
siquiera me escucharían. Solo tengo unas que guardo para mí, para cuando la
vida me empuje a ser uno de ellos: esto no es ningún puto laberinto.
10/9/15
Maximiliano Olivera
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