Negros rescoldos
aplastan lenguas muertas.
Fantasmas sin paz.
*
Otra vez muerto.
El pasado pregunta:
"¿fue suficiente?"
*
El ángel silbó.
Disparó su ceguera
directo al Sol.
*
Sueños pesados
como fieros taladros
van colapsando.
*
Mis dientes vuelan
como zanahorias con
alas de mosca.
Maximiliano Olivera
21 de mayo de 2013
8 de mayo de 2013
No te diluyas aún
A Renata la despertó la lluvia. Y aunque amaba la lluvia (sobre todo su ruido encantador y la manera en que ésta perfumaba los campos) esta vez no la dejó recorrer su cuerpo, rechazando con asco todas las manos de agua que la tocaban, casi pervertidamente. Por primera vez había manos por todas partes: en sus dientes, en su entrepierna, en su alma. Manos que no solo profanaban su cuerpito desprotegido, sino también recorrían las paredes blancas de la casa, saltando de un lado a otro, como niños molestos. Incluso dentro de los cajones se retorcían vigorosamente. En esa habitación las cosas pasaron a tener movimiento, flotaban, vivían. Y cuando las cosas comienzan a vivir, es cuando las cosas pueden romperse.
La altura del agua había superado ya su cama, la mesita de luz, algunos otros pequeños muebles y sillas que había. Ya no le servía de nada perder el tiempo pensando que estaba ocurriendo. Tenía que salir pronto antes de que el agua le apretara el cuello. Resguardó todo lo que pudo, en puntos altos donde pensaba que el agua no llegaría. Había tanta basura flotando por ahí. Cuantos objetos inútiles atestaban esa pequeña habitación.
Renata, la de los ojos sin tiempo, sintiendo las muelas ancladas en su boca (que aún no despertaba del todo), se dirigió hacia la cocina, la de todas sus mañanas, llenas de café y aspirinas. Ahí nada estaba en su lugar. Le costó tanto mover las piernas a través de esa agua marrón oscura, esa agua llena de mugre, de cielo, de Buenos Aires. La situación era la misma en cualquier sitio de su casa, aunque cada vez se incrementaba mas el torrente de agua que caía.
Ya no había más que hacer en el hogar, seria su tumba si permanecía más tiempo ahí. Tomó un abrigo y empezó a moverse pensando en buscar un lugar lo suficientemente alto y, en lo posible, seco.
-Bien, Señor- dijo parsimoniosamente, mientras recorría el largo pasillo que separaba su hogar de la calle-. Esto era lo único que nos faltaba, a nosotros, los caídos, a tus ovejas escuálidas, los hijos del miedo. No te pertenecemos ya, Señor. Nunca más tus manos cobijarán mis penas ni las de esta ciudad. Alejate, Señor. Alejá tu nada, tus celdas blancas, ésta prisión de lluvia, la prisión de la mente: el tiempo. Estás muerto, Señor.
Cruzó un portón tan denso como la noche, y ya estaba en la calle. Sola. Con miedo y frío. Con el agua por las caderas. Las manos ya no eran manos, eran minúsculos pinceles pintándole el cuerpo del color de la peste. Maldita agua. Sentía picazón en todas partes. Era incomodo, no podía pensar con claridad. La tormenta tragó gran parte de los sonidos noctámbulos de la naturaleza, ya no se escuchaban grillos ni arboles moviéndose, ni siquiera a la propia lluvia. La noche empezó a ser de los hombres desesperados. Tantos gritos y tan pocos movimientos. Parecían robots estúpidos temiendo tocar el agua. Mientras la muerte nadaba burlonamente a la vista de todos.
Renata se sintió aliviada al recibir la mano de Juan, su vecino, que la guió hasta su terraza. Recorrió todo el trayecto mirando cuidadosamente donde colocaba sus manos. Antes de entrar al hogar, su alma se echó a carcajadas a ver a Maria Rosa, la mujer del almacén, flotando boca abajo a unos metros de ella. Nadie más la había visto. Puso su cuerpo en reversa, y mientras subía las escaleras miraba como el cuerpo era arrastrado por la corriente.
Maximiliano Olivera
La altura del agua había superado ya su cama, la mesita de luz, algunos otros pequeños muebles y sillas que había. Ya no le servía de nada perder el tiempo pensando que estaba ocurriendo. Tenía que salir pronto antes de que el agua le apretara el cuello. Resguardó todo lo que pudo, en puntos altos donde pensaba que el agua no llegaría. Había tanta basura flotando por ahí. Cuantos objetos inútiles atestaban esa pequeña habitación.
Renata, la de los ojos sin tiempo, sintiendo las muelas ancladas en su boca (que aún no despertaba del todo), se dirigió hacia la cocina, la de todas sus mañanas, llenas de café y aspirinas. Ahí nada estaba en su lugar. Le costó tanto mover las piernas a través de esa agua marrón oscura, esa agua llena de mugre, de cielo, de Buenos Aires. La situación era la misma en cualquier sitio de su casa, aunque cada vez se incrementaba mas el torrente de agua que caía.
Ya no había más que hacer en el hogar, seria su tumba si permanecía más tiempo ahí. Tomó un abrigo y empezó a moverse pensando en buscar un lugar lo suficientemente alto y, en lo posible, seco.
-Bien, Señor- dijo parsimoniosamente, mientras recorría el largo pasillo que separaba su hogar de la calle-. Esto era lo único que nos faltaba, a nosotros, los caídos, a tus ovejas escuálidas, los hijos del miedo. No te pertenecemos ya, Señor. Nunca más tus manos cobijarán mis penas ni las de esta ciudad. Alejate, Señor. Alejá tu nada, tus celdas blancas, ésta prisión de lluvia, la prisión de la mente: el tiempo. Estás muerto, Señor.
Cruzó un portón tan denso como la noche, y ya estaba en la calle. Sola. Con miedo y frío. Con el agua por las caderas. Las manos ya no eran manos, eran minúsculos pinceles pintándole el cuerpo del color de la peste. Maldita agua. Sentía picazón en todas partes. Era incomodo, no podía pensar con claridad. La tormenta tragó gran parte de los sonidos noctámbulos de la naturaleza, ya no se escuchaban grillos ni arboles moviéndose, ni siquiera a la propia lluvia. La noche empezó a ser de los hombres desesperados. Tantos gritos y tan pocos movimientos. Parecían robots estúpidos temiendo tocar el agua. Mientras la muerte nadaba burlonamente a la vista de todos.
Renata se sintió aliviada al recibir la mano de Juan, su vecino, que la guió hasta su terraza. Recorrió todo el trayecto mirando cuidadosamente donde colocaba sus manos. Antes de entrar al hogar, su alma se echó a carcajadas a ver a Maria Rosa, la mujer del almacén, flotando boca abajo a unos metros de ella. Nadie más la había visto. Puso su cuerpo en reversa, y mientras subía las escaleras miraba como el cuerpo era arrastrado por la corriente.
Maximiliano Olivera
Crecí dentro de una taza
Le apreté la nalga a la persona equivocada, a la pobre vieja de falda roja que tosía apretando su abrigo y lamentando todo el frío. Al sentirme, me dijo: "cuando era joven ni las plantas se confundían de rostro al saludar". Que vergonzoso fue verla sonreír con naturalidad ante semejante error. Me alejé rápidamente de ella, de mi torpeza y la excitación. Fui a una mesa, tomé una copa para luego ir a sentarme.
El aire acondicionado era el alma de la fiesta. Vi tantas narices que goteaban más que el cielo raso de mi habitación, más que los rieles del tren cuando se acerca la navidad. Vi tantas manos de telgopor, tanto latón y níquel en la piel. Algunos invitados se preocupaban por hacer reír a otros, esos otros por huirle a la mediocridad. El resto hablaba de las mismas trivialidades de siempre: fútbol, política, asesinatos, películas, vacaciones.
-¡Mi copa está llena de pelos de gato!- gritó un gusano que se retorcía en la mucosidad del más joven de los silencios presentes, y su voz agitó las guirnaldas, las cabelleras falsas, las exóticas plantas orientales, incluso al vino que había derramado en la mesa al levantarse de su silla para hacer el ridículo.
Desafortunadamente para mi, ya no quedaban ecos en los que pudiese huir, así que solo me quedé mirando y bebiendo la quietud de las cortinas, esperando a la lluvia como una lengua que espera la voz.
Maximiliano Olivera
El aire acondicionado era el alma de la fiesta. Vi tantas narices que goteaban más que el cielo raso de mi habitación, más que los rieles del tren cuando se acerca la navidad. Vi tantas manos de telgopor, tanto latón y níquel en la piel. Algunos invitados se preocupaban por hacer reír a otros, esos otros por huirle a la mediocridad. El resto hablaba de las mismas trivialidades de siempre: fútbol, política, asesinatos, películas, vacaciones.
-¡Mi copa está llena de pelos de gato!- gritó un gusano que se retorcía en la mucosidad del más joven de los silencios presentes, y su voz agitó las guirnaldas, las cabelleras falsas, las exóticas plantas orientales, incluso al vino que había derramado en la mesa al levantarse de su silla para hacer el ridículo.
Desafortunadamente para mi, ya no quedaban ecos en los que pudiese huir, así que solo me quedé mirando y bebiendo la quietud de las cortinas, esperando a la lluvia como una lengua que espera la voz.
Maximiliano Olivera
Sh sh sh sh sh sh vergüenza
El tipo de gris me obligó a meterme dentro de su madre. Quizás porque soy su hermano, supuse. Apenas hace muecas cuando me habla. Siempre dice que el planeta es una roca enferma, por eso llora las grandes muertes de las estrellas que esconde en su vientre cortado. No se por qué me agrada verlo entresacar los pastos quietos de su lengua. Es realmente maravilloso estar con el, aunque a veces es incomodo ser un arbusto en su nuca. Él debería podar a su hermanito del alma, dejar de fingir que es uno, ¿o acaso me odia por que no soy en sus verdades el gorrión que dormita en eterno silencio? No podrá esconderme para siempre en la habitación donde guarda a sus confidentes muertos.
Maximiliano Olivera
Maximiliano Olivera
7 de mayo de 2013
Y justo hoy se me ocurre escapar de mi
Hay un fiero espectro taladrando mi cráneo. Yo lo noto algo furioso y apagado como una luciérnaga a punto de morir.
Mirando desde afuera a mi cuerpo recostado, me acerco al fantasma y le digo:
"Dame de tu muerte esa eterna sombra que debió retornar al olvido, para así enterrarla en la tierra negra donde debe estar pudriéndose."
Y él, tan sereno y maldito dijo:
"Voy a encerrar en tus sueños a todos los gorriones que habitan este absurdo mundo, para que sus enfermizos aleteos hagan que los océanos con los que sueñes se eleven y giren en tu cielo, como si fuesen soles violentos y voraces."
Entonces estiré mis brazos muy alto para intentar robarle los ojos a la Luna, y así entorpecer su rumbo y evitar que crezcan las mareas del sueño. Pero no pude y me entregué a lo que sería un tedioso espectáculo.
El espectro al ver que su tarea estaba cumplida, echó una carcajada para luego estallar en miles de arañas pequeñas.
Ahora esas arañas me apretan la boca para que mi grito no destruya tan estúpido sueño.
Maximiliano Olivera
Mirando desde afuera a mi cuerpo recostado, me acerco al fantasma y le digo:
"Dame de tu muerte esa eterna sombra que debió retornar al olvido, para así enterrarla en la tierra negra donde debe estar pudriéndose."
Y él, tan sereno y maldito dijo:
"Voy a encerrar en tus sueños a todos los gorriones que habitan este absurdo mundo, para que sus enfermizos aleteos hagan que los océanos con los que sueñes se eleven y giren en tu cielo, como si fuesen soles violentos y voraces."
Entonces estiré mis brazos muy alto para intentar robarle los ojos a la Luna, y así entorpecer su rumbo y evitar que crezcan las mareas del sueño. Pero no pude y me entregué a lo que sería un tedioso espectáculo.
El espectro al ver que su tarea estaba cumplida, echó una carcajada para luego estallar en miles de arañas pequeñas.
Ahora esas arañas me apretan la boca para que mi grito no destruya tan estúpido sueño.
Maximiliano Olivera
6 de mayo de 2013
Meh #4
¿Desde cuando fundimos metales en el pico de un ave
y saltamos de luz en luz, aplastando ciudades enteras?
Aquello que rueda por entre los dedos del lector
es la sangre de miles de oraciones kamikazes.
Maximiliano Olivera
y saltamos de luz en luz, aplastando ciudades enteras?
Aquello que rueda por entre los dedos del lector
es la sangre de miles de oraciones kamikazes.
Maximiliano Olivera
Meh #3
Sabio árbol, ¿pretendés tragar todo el mar?
te daré mis venas y seré tus raíces si ya no podés más.
Maximiliano Olivera
te daré mis venas y seré tus raíces si ya no podés más.
Maximiliano Olivera
Meh #2
Paralizado y asqueado, preguntando por mi.
La gente asiente y sigue el sinfín,
sus vidas no serán mas agrestes sin el devenir.
¿Acaso si abandono el color del desengaño podre existir?
El verano se apura como una canción
que intenta escapar de los relojes.
Cantá para engrasar los engranajes del amanecer.
Cantá aunque no entiendas el lenguaje de la roca.
Las algas tiñen los arboles de rojo
y es verdad, nadie pinta pájaros porque sí.
Maximiliano Olivera
La gente asiente y sigue el sinfín,
sus vidas no serán mas agrestes sin el devenir.
¿Acaso si abandono el color del desengaño podre existir?
El verano se apura como una canción
que intenta escapar de los relojes.
Cantá para engrasar los engranajes del amanecer.
Cantá aunque no entiendas el lenguaje de la roca.
Las algas tiñen los arboles de rojo
y es verdad, nadie pinta pájaros porque sí.
Maximiliano Olivera
Bebés que ya no son más sombras frescas
Quiero a mis noches sin campanas sudorosas sollozando, para que resuenen en todos los pájaros la música que hace el viento cuando duerme. No quiero que digan que mi pecho estalló porque no supo de donde venía la bala. Esta noche es como una pequeña sonrisa que mis labios no pueden sostener. Ey, verano, ¿en donde guardaré estas grietas mezquinas que le dibujaste a mi tierra? Es en tus sonidos donde quiero descansar. Pero todo el tiempo nacen y mueren ráfagas de pensamientos, ráfagas que retroceden, que se dilatan tristemente, mientras el presente hace piruetas en los arboles de mi infancia. Me pregunto por qué solo llueven los ojos de todos esos sauces y no los del lago.
Maximiliano Olivera
Maximiliano Olivera
Siguiendoelpatrondelmeteoro
me habías dicho que comience con in absentia
no vuelvo a abrir más ese cajón, nunca más
a este punto estamos en algo muy lindo
por si usted llegó a deducirlo
muchos motivos no se encuentran desde el principio
trate de que no sean de mucho peso
sino, va a ser difícil contener todo
más si no estamos acostumbrados
suena tentador
el problema es que no sepamos ni la dirección
ni que debemos llevar para no morir
son cosas que se dan de a poco
considere que es para apaciguar aguas
espero que igual tengas la suerte del novato
me divierte, tan pocas palabras usamos ahora
no te teletransportes hacia el lavado de dientes o una cena dental
vamos a tener que esperar
de mientras ¿usted sabe cebar mate?
Maximiliano Olivera
no vuelvo a abrir más ese cajón, nunca más
a este punto estamos en algo muy lindo
por si usted llegó a deducirlo
muchos motivos no se encuentran desde el principio
trate de que no sean de mucho peso
sino, va a ser difícil contener todo
más si no estamos acostumbrados
suena tentador
el problema es que no sepamos ni la dirección
ni que debemos llevar para no morir
son cosas que se dan de a poco
considere que es para apaciguar aguas
espero que igual tengas la suerte del novato
me divierte, tan pocas palabras usamos ahora
no te teletransportes hacia el lavado de dientes o una cena dental
vamos a tener que esperar
de mientras ¿usted sabe cebar mate?
Maximiliano Olivera
Meh
Miraba las manos sin forma que en ese momento colgaban de mí. Sabía que los pájaros vendrían para llevarse mis dientes. Por eso temblaban mis vertebras como si fuesen las frutas inquietas de un árbol. Y entre todo este montón de raíces, tengo un dedo chueco que me pregunta: ¿temprano irás a cubrir tu cama con penosas plegarias?
Maximiliano Olivera
Maximiliano Olivera
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