8 de mayo de 2013

Crecí dentro de una taza

Le apreté la nalga a la persona equivocada, a la pobre vieja de falda roja que tosía apretando su abrigo y lamentando todo el frío. Al sentirme, me dijo: "cuando era joven ni las plantas se confundían de rostro al saludar". Que vergonzoso fue verla sonreír con naturalidad ante semejante error. Me alejé rápidamente de ella, de mi torpeza y la excitación. Fui a una mesa, tomé una copa para luego ir a sentarme.
El aire acondicionado era el alma de la fiesta. Vi tantas narices que goteaban más que el cielo raso de mi habitación, más que los rieles del tren cuando se acerca la navidad. Vi tantas manos de telgopor, tanto latón y níquel en la piel. Algunos invitados se preocupaban por hacer reír a otros, esos otros por huirle a la mediocridad. El resto hablaba de las mismas trivialidades de siempre: fútbol, política, asesinatos, películas, vacaciones. 
-¡Mi copa está llena de pelos de gato!- gritó un gusano que se retorcía en la mucosidad del más joven de los silencios presentes, y su voz agitó las guirnaldas, las cabelleras falsas, las exóticas plantas orientales, incluso al vino que había derramado en la mesa al levantarse de su silla para hacer el ridículo.
Desafortunadamente para mi, ya no quedaban ecos en los que pudiese huir, así que solo me quedé mirando y bebiendo la quietud de las cortinas, esperando a la lluvia como una lengua que espera la voz.

Maximiliano Olivera

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