31 de mayo de 2016

Invierno 1972

Nro. 1

Una abeja es una gallina a la que se le han caído sus plumas y el pico. Un tomate es el caracú de una sandía. Aquella vaca sedienta es la hija de este pensamiento de mil años que viene y va en mí, buscando un río que no existe en ningún mapa.

Mis manos no mienten, el invierno llegó a la ciudad. En mi lengua, cientos de edificios en llamas. No veo más que arder la ropa de esa gentecita de ceniza.

Un duende me conduce hacia sueños donde soy la cena de unos gatos de porcelana, y donde los perros son de lata, y la lluvia siempre cae y ellos están ahí, oxidándose en perpetuo silencio. Yo los veo y me entristece no ser uno de ellos.

Una migraña es el llanto de mis adentros. La sangre de una naranja es el esperma de un pececito de colores. Los perfumes que encuentro en las tundras que hay bajo mis uñas no me pertenecen, sólo el Sol es dueño de todo lo que voy reuniendo en mí a medida que vivo y muero. La mantis me piensa más y mejor de lo que yo a ella, cuando me acerco curioso a contemplar su belleza. 

Ésto es el mar: una púa que besa sin pasión a un vinilo de tangos del siglo pasado.

Una mosca ni se inmutó al verme correr cuando sentí los aviones llegar, trayendo las bombas que arrasarían la ciudad. Hay algo en el mundo que quiere que pierda la prisa, pero es más fuerte la ansiedad de no morir como un niño.

Una paloma es un cable que cruza los océanos. La arena de esta orilla es la risa de todas las madres que se han ido y todo el cielo es un arlequín que escupe óxido desde un tajo en una de sus mejillas, tambaleándose en busca de su querida doña Muerte.

Panes que di, hijos que vi nacer, abuelos que me completaron el ser, sopas calientes que fueron buen abrigo, golpizas que sirvieron de lecciones, amistades que erigí, manteles que vi aparecer y desaparecer en reuniones de amigos, mujeres que trastocaron mi mente, libros que fueron diamantes entre mis dedos. Todos ellos en mi memoria, siempre.


Nro. 2

¿Hace cuantos siglos no encontrás la nieve, Vladimir? ¿Qué clase de viejo de mierda podría llevársela en su maletín hacia otro país? A tu alrededor no veo ninguna de las estatuas que tus ancestros nos dejaron para conocerte mejor. Me decís que la nave ha partido, llevándose a todas las niñas más dulces de la aldea, violadas hace tiempo por una duda chata y mezquina. ¿Realmente vale la pena vivir en un mundo macho y marchito? Te desnudás ante el ojo de una luna a la que le avergüenza su propia desnudez.
Bebe de mi leche, criatura. Bebe hasta que olvides tu pena, humano tonto. Contame de todas tus muertes, de todas esas caras sin pieles, quemadas en un segundo de aquello que llamas infierno. En ese instante donde la ceniza y el polvo de los rincones se eleva hacia el cielo para darle inviernos a tus pies.
Joven, tu sonrisa es siempre la de dos hombres que jamás se tocan, por eso nunca creí en ella, ni en vos. ¡Escupí ya el engrudo de las palabras que no vale la pena decir!
Yo pregunto y pregunto, y siempre te ocultás en el silencio de tu ushanka, idiota.


Nro. 3

Hola, ¿siempre tan triste vas por la vida? ¡Ey! ¡Hola, extraña! ¡Que no, no estoy enfermo! ¡Enfermo, enfermo, enfermo! ¿No conocés más palabras que esa? ¿Qué? ¿La única cura para ésto es el suicid…? ¡NO! ¡DETENTE! ¡No repitas más esa palabra, por favor! ¡Y no me silbes así! ¡Tan cerca mío, no! ¡SUICIDIO, SUICIDIO, SUICIDIO! ¡Idiota! ¡NO NO NO! En serio... que me hiere mucho, y más así de cerca. Entonces, ¿era tu mano la que tomó a la mía en la oscuridad? ¿Y por qué estabas ahí? ¿O era tu perro y no el mío al que pateamos aquella noche? ¡IDIOTA! ¡No puede ser posible que vos seas yo! Es completamente absurdo. ¿Y yo, vos? Absurdo. Absurdo. Sí, sí. Imposible. Y no lo olvides. Ey. Ey. Ey, tranquila… no llores. No… basta, que me vas a hacer llorar a mí. Yo sé que es difícil olvidar, pero debemos guardar el secreto. Sí. ¡Ja! ¡Vamos! Aquello que cargás en tu joroba se llama “pesimismo”. ¡PE! ¡PE! ¡PESIMISMO! ¿Eh? ¿Que por qué escondo siempre mi cara cuando vos tocás tu vulva, así como rallando una piedra contra el piso? ¿Y qué si arranco la sombra en mí, eh? ¡Harto de morir en cada puesta de Sol! “Tuya en adióses perennes”, decís. Y yo no quiero tener que buscarte nunca más en el espejo, así como te busqué la otra noche, asustado, sin saber si volvería a verte. Y… ey, mirame. ¿Estás herida? Estás herida. Dormí si querés, pero respirá. Quedate conmigo. Dormí conmigo. Respirá. Res-pi-rá. Res…

29/5/16



Maximiliano Olivera

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