26 de junio de 2016

No decir el mal

Pensarlo para disolver viva la duda. Dar mil vueltas a la manzana hasta que ya no queden fuerzas para maldecir. Transmitir lo que se siente a través de un golpe seco a la pared, y así cambiar de lugar todas las telarañas y grietas, y obligue a las arañas a buscar nuevas manchas de humedad donde vivir.

Quiero que la casa arda como el vino en mi estómago, y que todo lo mío se queme y se olvide, desde mi embustero poeta interno hasta el niño que alguna vez fui. Comenzaré encendiendo una fogata en mi cabeza, que no deja de gruñir al oír reír a la gente.

Hay una fiesta al otro lado de la pared. Me pregunto, ¿habrá algún jodido humano que no esté libre de aquel cosquilleo que nos impulsa a buscar un ombligo en la noche? Bueno, acá estoy, quejándome desde la pluma, mientras por momentos trato de encontrar al mío en cualquier oscuridad que inventa mi mente. ¿Hace cuanto le he perdido el rastro?

Miro el techo. Por primera vez puedo escuchar a las sombras andar, y también hay otros sonidos, se asemejan a botellas chocando contra un montón de dientes. Tal vez si abro la boca vendrán por mí, y no quiero. Cierro los ojos y pienso en todos los campos de girasoles del mundo, imaginándolos uno tras del otro, y no hay nadie ahí, salvo una brisa que lleva un perfume que fecunda la tierra.

Golpean la puerta. Apago las luces. No respiro. No pienso. No miro. Vuelven a golpear. Contengo la respiración. Tercer golpe. Cuarto. Me levanto de mi cama y voy directo al baño como una rata herida. Toc, toc. Vomita todo mi ser. Cuento los arroces que rechacé. Juego con mis dedos con aquella baba graciosa que Dios puso en mí, y que ahora flota en el agua del inodoro. No, no hay rastros en mi panza de aquella cicatriz tan deseada. Al carajo con eso, ya no oigo que toquen. Perfecto. Volveré a la cama, al dormicidio. Mañana ya no estaré.

Maximiliano Olivera

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