27 de mayo de 2015

La cosa es así,
nadie vende nada
que quiera comprar.
Este es el mediodía,
lleno de grises,
glu-glú y bla-blá,
aquello es el otoño
que estalla en perpetuo silencio
y nada más.
Vos tenés pirámides por crear,
y yo acá, aún en mí,
tratándome de escapar
de esta sed por la sal,
de estas difusas luces
que vienen y se van,
de todos esos sueños
que te niegan lo real,
de las tormentas negras
en la maldita consciencia.
Por esto, 
nada tuyo me quiero llevar
cuando deba irme a encarar
mi propia vida.
¿Que digo?
Estás en mí como una
música del alma.
¿Sabés? 
Sos el pensamiento sanador
y amo tus errores, tu brillo,
tus palabras, tus ojos-humanidad.
Amo tus maneras de encontrar la paz.
Ojalá pudiese yo beberla de ojos
que aún puedan mirar.
El mundo nos arranca los hilos,
nos destiñe, nos saca de los labios
la quietud de las palabras necias,
esas que nos hacen ser libres
frente a los espejos del Sol.
Me asusta tanto el final.
Desde que lo vi llegar
televisión es la voz,
es todo lo que hay.
Los relojes son lo único vivaz.
Hay tanta nada 
que no ayuda
ni siquiera el pensar
o, incluso, dormir.
Hasta mis libros se rehúsan 
a embestir
los tiempos que se van.

Maximiliano Olivera

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