10 de mayo de 2015

La destrucción del hombre

Estos hombres-alfileres cabeza-abajo, cubriéndonos las calles que nos vemos obligados a transitar a diario, saturándonos de reflejos solares fulminantes, mirándonos en la espera de una caída próxima. Sus cuerpos al rojo vivo no se alteran ni con este diluvio enfermo que azota hace siglos. Cada gota enceguecida con lágrimas, regresa a los delicados océanos de los cielos de donde vino. Tontos erizados por la enfermiza necesidad de cazar y sobrevivir. Esperando que la criatura con la vida y suerte más finita aterrice sobre alguno, y así poder devorarle toda sensación. Yo no reconozco a ninguno de esos rostros olvidados por la Muerte. Me escriben en las paredes haikus insulsos, mientras yo les canto que ya no existiría en esta vida encanto si todo lo vuelven real con sus maquinarias interplanetarias. Todos los grandes poetas ya han muerto, olvidados en cavernas, desde ya miles de años. ¿Qué? No hay nadie en la Tierra el cual no esté contaminado por La Nada. Ningún hombre-alfiler es capaz de darse cuenta que ya no existen combinaciones de palabras posibles sin repetir, ahora, e incluso hace ya un siglo, o dos, atrás. Todo fue dicho y hecho. Erradicaron el Instinto cuando la primera bomba estalló. La Tierra, estúpidos, es ya un artefacto anticuado, como todas las grandes rocas de esta galaxia, y todas las demás. ¡Maldita sea! Todos esos tic. Todos esos tac. Me obligan a robar de cada presente una fotografía de colores, sabores y disfraces invertidos, para poder vivir el futuro más soñador y joven. Hoy ya no me quedan de esas ilusiones que una vez he bebido de un agua que supo recorrer un ojo nervioso y sudado. Hoy llegó el día, finalmente. Ese día que nadie nunca temió. Ya no queda misterio vivo. Todo fue descubierto y toda la poesía de las cosas ha sido sobre-explotada. Lo lograron, idiotas, consiguieron hacer real todo lo que milenariamente creímos impalpable, impensable... imposible.

Maximiliano Olivera

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