26 de septiembre de 2013

Solemnidad, gravedad

Ayer nos despedimos muy tristemente. Te escribo a unas cuantas horas de distancia de esa escena. Todavía siento en mí ese abrazo que nos dimos, porque pienso en vos y se me viene a la mente la manera en que se dio, la fuerza que aplicaron los brazos,  mis ojos cerrados o entreabiertos (como la puerta que segundos después me regaló un ruido en la cabeza... mi cabeza con un cielo lleno de fuegos artificiales que me asustaban), mi cuerpo inmóvil frente a una ciudad de luces y cenizas.
Me desperté triste, con sed, sin haber dormido bien. Te escribo un domingo a las 6:47. Me anima saber que llegué a este día para escribirte esta carta que no es mas que un soplo lleno de amor que te envío, para que me perdones por a veces no saber que decir, por no querer hablar de más (¿lo justo siempre es poco?), por prolongar mas de lo debido ese momento en que uno piensa lo que va a decir, por no haber aprendido de mí.

Maximiliano Olivera

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