9 de junio de 2013

¡Buu! humano

Qué sueño salado en el que me veía hundido, atrapado. Me soñé cayendo desde un cielo profundamente cerúleo. Fui expulsado del más puro limbo. Ni una sola nube. Ni una sola voz. Previo a caer, estuve disfrutando de un gran banquete en aquél sitio. Una fiesta a solas con Dios. El no dijo una sola palabra ni hizo gestos. Era una especie de piedra. Pero había algo en esa piedra que era diferente a las otras. Ésta tenia algo más. Incluso algo mucho más poderoso que cualquier otra cosa de ese mundo. Sentía Su presencia como quien siente una picadura de mosquito en el cerebro, lo que me producía una terrible apatía. A el ya no le interesaba verme flotar a la deriva como una luz herida. Por eso preparó toda esa despedida especialmente para mí. Fueron unas horas amenas llenas de té con leche y panes, en el más absoluto silencio. Sin vientos. Sin caras. Solo la mirada desesperada de quién busca bajarse de todo y volver a casa.
-Ey -le dije, ya harto de tanta estúpida comida-,estuve vagando por acá toda una vida... toda una vida tratando de descubrir cómo despertar. ¿No estás tan cansado de ser el guardián de toda esta mierda transparente? Nada sucede acá, nada. Y ya comienzo a dudar de todo tu jueguito de hacer correr al ratón.
Aquel Dios no respondió a nada, complemente sereno se limitó a flotar, yo lo veía, era como una enorme mancha de té arremolinándose perpetuamente en el aire. No aparentaba ser algo humano. Aunque luego de toda una eternidad vagando había olvidado como se veía "algo humano". Ambos flotábamos. Desde que aparecí yo ahí nunca había tocado el suelo, en realidad, éste no existía y desde hace algunos siglos deseaba sentir uno. Mi cuerpo ya se había adaptado a ese lugar.  No tenía extremidades, sólo era un torso y una cabeza.
Luego de esa pequeña discusión. La poderosa mancha de té me dio la espalda (o tal vez lo contrario). Horas después fue perdiendo su color rojizo hasta desaparecer. Y cuando supe que Dios me había abandonado comencé a caer.

Y fui cayendo. Fue divertido. Y los años comenzaron a correr mientras mi cuerpo se iba desintegrando por la lenta fricción con el aire. Cada día reía aún más fuerte. Caer es lo que siempre había anhelado. Caer como la lluvia. Caer como cae la muerte sobre nuestras vidas, como un halcón que busca alimentar a sus crías.

Un día finalmente impacté contra una superficie. Una espesa miel donde todo era azul. Más azul que el cielo. Para ese entonces llevaba perdidos varios kilos. Mi carne no era la misma. Yo no era el mismo. Me llevó tiempo reconocer que lo que flotaba a mi alrededor eran botes vacíos. Lo único que había a la vista, luego del siempre intenso Sol.

Maximiliano Olivera

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