1 de septiembre de 2016

Qué

Qué suerte que ya no me pertenece el habla ni yo le pertenezco más a él, ya no podrá adueñarse de mí en cada ausencia de razón ni en cada inconcluso roce de piel.

Qué suerte que olvidé cómo se respiraba, porque la fauna abisal es tan maravillosa e intensa.

Qué suerte que ya no miro, porque ya no queda nada por ver, salvo aquella niebla que se interpone entre mis ojos y las creaciones de las que alguna vez fui fermento.

Qué extrañas las cosas que me obligan a cooperar con la nausea que provoca escribirlo todo en mi mente, una y otra vez, antes de soltarlo en voz alta.


Maximiliano Olivera

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